martes, 26 de febrero de 2013

Mirando al mar


Con este título, José María Salaverria publicaba en octubre de 1903 un bello artículo que reproduzco en parte. "Octubre nos da una sorpresa : días serenos y templados se suceden, como una bendición inapreciable. Apenas las hojas amarillean. Cuando la  tarde declina, sobre el mar y las montañas cae el último esplendor del sol con una magnificencia oriental. Hay tardes privilegiadas en que La Concha semeja un rincón de las Cíclades, una ensenada del golfo napolitano. El color del mar es azul lechoso, con ligeras irisaciones y, a veces, muerto y obscuro en las partes donde las colinas proyectan su gran sombra.

Para ayudar a la ficción, algunas velas motean en el horizonte; más tarde llegan las barcas, con las velas tendidas, marchando lentamente como si la fatiga y la indolencia de la tarde, también a ellas les alcanzara.

Las traineras corren más agudas, semejantes a las avecillas de los mares, en cambio "los caleros" llegan de muy lejos, fatigados de correr a toda vela empujados por el viento fuerte de alta mar. Llegan con tarda marcha, balanceando los mástiles como viejos lobos marinos; en ellos va la vejez, la tradición, la lenta carrera fatigosa; la tripulan el viejo patrón,los viejos pescadores, el hirsuto y viejo perro que ladra malhumorado a las gaviotas blancas de remontado vuelo.

Pero un vapor silba de pronto y toda la calma del cuadro se destruye. Viene protestando de la pesadez, trepidando alegre, saltando cuando avanza con sacudidas de impaciencia. Y al pasar junto a las viejas barcas las arroja el torbellino de su hélice triunfante.

Triunfa, ciertamente; pero es tan feo, que las miradas se vuelven  con pena a a aquellos tiempos de las fragatas, de los bergantines, de las ligeras y blancas goletas que iban por el mar como gaviotas, en busca de países desconocidos.

Ya no hay paises desconocidos; ya no hay misterio en el mar; ha perdido, pues, gran parte de su poesía. Se han acabado los corceles marinos, muertos por el vapor, como han acabado en tierra firme expulsados por la locomotora y el automóvil (.....).

Cuando acaso algún rocín maltrecho pasee junto a las máquinas veloces su pobre catadura, y ya en el mar no corra con las velas desplegadas ningún barco ¿cómo se entenderán los poemas antiguos,las  historias, los objetos más ricos del arte?¿Quién podrá interesarse en las luchas de la Iliada, donde van los caballos vestidos con la pompa y valentía de los artistas helenos, o las derrotas inciertas de Ulises, perdiendo su nave blanca en un mar que cualquier patrón de un patache surca hoy confiadamente?".

(KOXKAS -R.M.-27 DE OCTUBRE DE 2000)

miércoles, 20 de febrero de 2013

Un pueblo junto al mar

Un periodista burgalés vino a pasar unos días de descanso a Guipúzcoa y eligió un pueblo junto al mar. Esto era hacia 1890 y después escribió esta deliciosa crónica que reproduzco: "Aún viven en mi memoria los días tranquilos que residí allí, libre de preocupaciones y de luchas; y aún recuerdo con íntimo regocijo las deliciosas horas que pasaba el domingo frente al pórtico de la vetusta iglesia, donde se juntan los habitantes del pueblo, calzando los hombres bordadas alpargatas, sobre las cuales se apoya el ancho pantalón, ceñido al cuerpo por oscura blusa entreabierta, que descubre la blanca camisa; cubierta la cabeza por azul boina caída sobre la frente, y cuidadosamente afeitado el rostro, curtido por los vientos del mar.

Visten las mujeres airoso zagalejo, limitado por el tentador contorno de una pierna  robusta, tirante corpiño que demarca las robusteces del seno, y rebocillo afelpado, tras cuyos mil pliegues se ocultan las abundosas trenzas.

Apenas escuchan el postrer acento de la campana, disuélvense los grupos, y por lados opuestos, según el sexo, y ocupando lugares también distintos, oyen la misa cantada que comienza a las diez y termina a las once y media largas, y muy largas, merced a los sermones que se predican.

Terminada la misa, bajan los hombres al puerto, dirigiéndose unos a la taberna donde apuran de un sorbo una copa de ginebra, y formando otros pequeños grupos discuten sobre faenas del mar, mientras los chiquillos se desperezan groseramente al sol o asaltan las barcas ideando mil travesuras.

Las doce campanadas del mediodía señala el desfile general. La comida espera. Es la única manifestación de la vida en que la puntualidad es española.

Después, todo el mundo a la plaza, donde unos juegan a la pelota, otros danzan al armonioso compás de un tamboril y de una flauta, y los demás charlan y ríen ocupados con múltiples entretenimientos. Así llega la noche: con ella las horas de reposo.

Y es de advertir que dichas fiestas no se ven turbadas por ninguna disputa, siendo como buenos marineros buenos bebedores los naturales de aquella población. Aún no dan las once y se restablece el silencio, que sólo interrumpen algunos perezosos al retirarse entonando el zortziko.

¡Lástima grande que la furia del Cantábrico lleve al pueblo días de lágrimas y luto!¡Lástima también que las pasiones lleguen en ciertos momentos a turbar aquella idílica calma! Dormía el mar y en sus palpitaciones enviaba besos de espuma a los acantilados que en días de temporal azotaba y asaltaba frenético.

R.M.


La pesca de la anchoa

La estampa era clásica en el San Sebastián de hace unos años, un San Sebastián que los viejos recordamoa con nostalgia,pues se va perdiendo. Escribía un cronista de la época: a la caída de la tarde iban arribando al muelle los barquitos pesqueros rebosantes de las anchoas, la plateada mercancía, y las mujeres hormigueaban afanosas llenando sus aplanados cestillos y desde las "portaletas" se esparcían en todas las direcciones voceando alegremente su pregón. Anchoa, anchoba, bocarta, abocarte, boquerón, boquereu, búcaro, alodroch, alodroque.... así se viene nombrando a lo largo de todo el litoral español, desde la costa cantábrica a la mediterránea y balearica a esta especie que se llama "Engraulis encrasicholus".

José María Navaz, un experto en cosas de mar, decía que era parecida a la sardina, pero difiere de esta,"por ser más alargada y tener el cuerpo menos comprimido, el rostro prolongado y la boca grande y hendida hasta sobrepasar  el borde posterior de los ojos y la mandíbula superior proyectada sobre la inferior".

La sardina captada en nuestras costas no es mayor si se la compara con la obtenida en Galicia y en el Atlántico sur; en cambio la anchoa se da aquí con mayor regularidad y abundancia. "Es el plateado maná que viene a salvar en muchas ocasiones la precaria situación de los pescadores ante la deficiencia de las costeras de las otras especies".

Donde más anchoas se capturan en el litoral español es en el sur mediterráneo, después en el Cantábrico, y luego a distancia en Levante y Noroeste, y según los datos de la estadística de 1945, en una proporción de 37, 35, 9 y 8 respectivamente.

Aquel año se capturaron nueve mil toneladas, habiendo años que se duplicaba esta cantidad. En el Cantábrico, donde más se captura es en Santander, viniendo luego Vizcaya y Guipúzcoa, que aquel año obtuvieron seis mil, cinco mil y dos mil toneladas respectivamente.

Cuando más pesca se obtiene es de abril a junio y en el otoño un poco menos, y los mínimos registrados son en enero-febrero y agosto-septiembre.

La vida de la anchoa es de corta duración, siendo muy pocas las que logran contar los tres años de existencia.

El ingenio humano inventó para arrancarlas de su natural elemento redes de cerco simple y de jareta (cercua), jeitos o artes de deriva (mallako-Sariak).

Cuando llegaban al puerto los barcos con las anchoas las mujeres de los pescadores llenaban sus cestas y se desparramaban por las calles de la ciudad. Estampa de un ayer que lamentablemente ha desaparecido.


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