viernes, 30 de septiembre de 2022

¡ADIÓS, ISABEL!

 ¡Adiós, Isabel!


En un cafetín que había en la calle Mayor frente al teatro Principal conspiraba un grupo de donostiarras en los lejanos días del verano de 1868, cuando el trono de Isabel II se tambaleaba. Aquellos idealistas preparaban la edición de un diario radical, el «Aurrerá», que no había de nacer hasta el mes de octubre y que tuvo solamente dos años de vida.


Aquel mes de setiembre las. noticias que llegaban a San Sebastián animaban los impulsos republicanos de aquelics hombres. Los movimientos de los militares alzados contra el trono y los de Novaliches y sus hombres que lo defendian, eran discutidos en el café. Don Joaquín Jamar era el cerebro de aquella reunión que se puso muy nerviosa al saber que aquí habían sido detenidos el general Echagüe y Caballero de Rodas, y en Madrid los generales Dulce y Córdoba. El grupo quiso ir a visitar a los militares detenidos, pero no pudieron hacerlo al haber sido trasladados a Baleares.


Isabel II, que veraneaba en Lequeitio, llegó a San Sebastián el 17 de setiembre, alojándose en el hotel de Londres, entonces palacio de Balda-Maheu. Venía a entrevistarse con Napoleón III, lo que no fue posible. Quiso entonces marchar a Madrid, pero la vía del tren había sido cortada en la provincia de Burgos, desistiendo por ello del viaje. San Sebastián se hallaba incomunicada con la capital, pues se había cortado el telégrafo. La derrota del marqués de Novaliches en el puente de Alcolea abrió las puertas de Madrid al general Serrano. La reina vio todo perdido y decidió abandonar España.


El 30 de setiembre amaneció la ciudad envuelta en brumas, soplando viento del NO, frío. A las diez de la mañana la reina y sus fieles cortesanos abandonaban el hotel. La gente se apretujaba para despedir a la soberana, y entre los en que aquel histórico momento le dieron el último adiós estaba María Arratibel, la bañera que acompañó a Isabel II al agua cuando, una niña todavía, vino por vez primera a San Sebastián en 1845.


Las lágrimas aparecieron en el rostro de la reina cuando abrazaba a la gente que la despedía. En un landó se trasladó a la estación del Norte acompañada de su esposo don Francisco de Asis, sus hijos don Alfonso. doña Isabel, doña Maria Paz y doña Eulalia, del infante don Sebastián, la marquesa de Novaliches, los marqueses de Marfori y Villamagna y Sor Patrocinio, la «monja de las llagas». Por la Avenida, que entonces se llamaba de la Reina, y entre el silencio de la gente que llenaba las aceras, llegó a la estación. No hubo las protocolarias salvas de la batería del Castillo.


En el andén, una compañía de ingenieros rindió honores, sin música pues la banda militar no llegó a tiempo. Un testigo presencial de la escena dice que al ver la reina que en lugar de la histórica enseña rojo y gualda estaba el pendón morado de Castilla, estrujó un pañuelo que llevaba en la mano. Dos diputados forales, uno carlista y otro republicano, acompañaron a la soberana hasta la frontera y al despedirlos, dijo: «¡Estos si que son caballeros!» Al llegar a Behobia, Isabel Il exclamó: «No puedo más!»>


El primer acuerdo que tomó la Junta de Gobierno que se creó en nuestra ciudad fue el cambiar el nombre de Avenida de la Reina por el de Avenida de la Libertad.


R.M. KOXKAS 29-09-85


EL FUNICULAR Y TRANSBORDADOR DE ULÍA

 El funicular y transbordador de Ulía 


TERMINABA el verano cuando se inauguró el Transbordador-Funicular del monte Ulía, una obra del ingeniero Torres Quevedo. Fue el lunes 30 de septiembre de 1907 cuando, en medio de constantes chaparrones, se inauguraba aquel transbordador que unía dos puntos de los más prominentes de Ulía, salvando la depresión formada por las vertientes opuestamente orientadas de ambas prominencias. En el punto más bajo estaba la estación de salida y en el más alto la receptora o de llegada.


En la primera de dichas estaciones se había levantado una caseta de madera, que se alzaba sobre el terreno unos tres metros. La estación de llegada la constituía una plataforma de la que descendían los viajeros por una escalerilla.


De una a otra estación se extendían seis cables metálicos que tenían su punto de arranque fijo en la caseta de salida. En el otro lado pasaban por unas poles convenientemente dispuestas y merced a pesos considerables que pendían de la extremidad libre, sostenían de una manera constante e igual la tensión de esos seis cables.


Estos, que hacían el oficio de raíles, se hallaban extendidos de tres en serie, y entre una y otra serie había una distancia. igual a la anchura del que podía llamarse carro, formado por cuatro ejes, dos anteriores y dos posteriores. Cada uno de estos ejes llevaba, a uno y otro lado, tres pequeñas ruedas con la llanta en canal que se apoyaba una en cada cable.


Sobre los cuatro ejes citados se levantaban dos sistemas de arriostramientos que correspondían a dos series de cables, que tenían la misma disposición que una rueda de bicicleta seccionada por su diámetro. De la parte inferior de esas dos medias ruedas partía otro sistema de arriostramiento, para sostener la barquilla en la que iban los viajeros.


Un cable sin fin era el encargado de arrastrar el carro y la barquilla, recibiendo la fuerza de un motor eléctrico de 12 caballos.


La barquilla tenía capacidad para 18 viajeros, siendo la distancia del recorrido de 280 metros, que los salvaba en tres minutos y medio. Los viajeros además se elevaban a una altura de metros, que era el desnivel existente entre ambas estaciones.


La obra de Torres Quevedo la realizó la Sociedad de Estudios y Obras de Ingeniería de Bilbao, cuyo presidente señor Gorbeña, así como los vocales, ingenieros, autoridades donostiarras, etcétera, estaban en el acto inaugural.


El funicular comenzó a funcionar para el público al día siguiente, costando el billete de ida y vuelta una peseta.


R. M. 30 september 2000 KOXKAS


EL TRANSBORDADOR DE ULÍA

El transbordador de Ulía

FUE el 30 de setiembre de 1907 cuando se inauguró el transbordador de Ulía, cuyo proyecto y luego la realización los llevó a cabo un grupo de ingenieros a las órdenes de To Tres Quevedo

Fue la sociedad bilbaina Estudios y obras de ingeniería la encargada de la instalación del transbordador, mediante el cual se podían realizar viajes aéreos de un punto a otro del monte y contemplarse del modo más fantástico el magnífico panorama que desde aquellas alturas se domina, lo mismo por la parte de tierra que del mar..

Con el transbordador se unían dos puntos prominentes del monte, salvando en el viaje la depresión formada por las vertientes opuestamente orientadas de ambas prominencias. La distancia del recorrido era de 280 metros que se salvaban en tres minutos y medio.

En el punto más bajo estaba la estación de salida, donde se había levantado una caseta de madera.

Entre esta estación y la de llegada se extendían seis cables metálicos, habiendo en la estación de llegada unas poleas por donde pasaban los cables que merced a pesos considerables que pendían de la extremidad libre se sostenían de una manera constante e igual. Un cable sin fin era el encargado de arrastrar la barquilla, recibiendo la fuerza de un motor eléctrico de 12 caballos.

La barquilla tenía cabida para dieciocho pasajeros.

El cable llevaba en un punto de su desarrollo un resalto que llegaba a la caseta del maquinista cuando los viajeros habían arribado a la estación opuesta.

El resalto tropezaba con una palanca muy próxima al cable y por un mecanismo ingenioso cortaba la corriente del motor y se echaba el freno por sí solo, de manera que no podía haber choque de la barquilla aunque el encargado del motor no estuviera listo para parar a tiempo. -

Los viajeros no sólo avanzaban hacia la estación receptora, sino que se elevaban a una altura de 28 metros, pues éste era el desnivel que existía entre ambas estaciones.

La inauguración del transbordador se llevó a cabo bajo un auténtico diluvio.

Alli estaban las autoridades locales, los ingenieros Machimbarrena, Peña y Goñi, Otamendi, Usabiaga. Elósequi, gente de renombre de la ciudad y representantes de la Sociedad de Estudios y Obras de Ingeniería de Bilbao.

El público comenzó a usar el transbordador al día siguiente, de 10:30 a 1 de la tarde y de 3 en adelante.

El precio del billete de ida y vuelta era de una peseta.

R.M.- 30 September 97 - KOXKAS

martes, 13 de septiembre de 2022

LA ROMERÍA DE LEZO

 La romería de Lezo


EL14 de setiembre, día de la Exaltación de la Santa Cruz, se celebraba en Lezo desde tiempo inmemorial la llamada fiesta de los costarras. Es esta una fiesta que con los años se ha ido perdiendo y hoy es poco más que un recuerdo.

Antaño, gente del interior de la provincia y de la costa guipuzcoana venían áquella a pie y ésta por mar en lanchas a San Sebastián.

Las costarras especialmente venían por el 'buruco panubeluba eguriyaquin' y llegaban acompañadas de sus maridos u otros individuos de la familia, generalmente de víspera, acudiendo en la mañana del día 14 a pie a cumplir la promesa efectuada durante el año.

Después de oída la misa en la basílica, transcurrido el día entre Lezo y Rentería, volvían a San Sebastián para el anochecer, generalmente andando.

Aquí se corría un zezensusko en la Plaza de la Constitución y bailaban hasta las 10 de la noche (hora en la que el alguacil daba la señal de terminación de la fiesta) al son del tamboril nuestras alegres campesinas y habitantes de la costa.

Los romeros de la costa alquilaban una 'trenera' o lancha de 'cala' para efectuar el viaje. Entonces en el siglo pasado no había los medios. de comunicación de nuestro tiempo y por ello la gente del interior y de la costa visitaban menos San Sebastián que las generaciones posteriores. -

Hace cien años, los romeros, después de venir a San Sebastián en coches, lanchas o el tren, tomaban aquí el tranvía a Rentería y recorrían a pie la distancia que hay desde esta villa hasta Lezo; algunos llegaban a Pasajes en tranvía y se embarcaban en los esquifes de las célebres bateleras para llea Lezo,

En 1896 el día 14 cayó en lunes y el sol presidió la fiesta. Los trenes y tranvías condujeron a Lezo a multitud de romeros de ambos sexos. En el pueblo era casi imposible dar un paso por el número de romeros llegados.

En la plaza, los aficionados al arte de Pepe Hillo lancearon de capa a un novillejo de Lastur, no faltando los revolcones. Tras la tauromaquia vino la danza y la plaza se vio convertida en salón de baile. La banda del pueblo tocó incontables bailables.

El santuario estuvo todo el día lleno de fieles llegados de los pueblos de la provincia y de parte vasco-francesa.

El regreso se verificó con animación y algaraza, sin reincidentes.

Y en San Sebastián les esperaba un toro de fuego de la 'ganadería' de Esnaola.


R.M.14 septente 96 KOXKAS


LA ROMERÍA DE LEZO

 La romería de Lezo


La devoción al Cristo de Lezo fue en tiempos grandisima entre las gentes de Guipuzcoa que no faltaban a la romeria que se celebraba en setiembre. Alli acudian muchos enamorados a santificar sus amores, y nunca faltaban ve las encendidas ante la venerada imagen depositadas por quienes pedian al Señor una ayuda para el marido que estaba en la mar, para el hijo que se hallaba en la guerra, para el hermano enfermo de gravedad. Los cientos de ex votos que colgaban de las paredes hablaban claramente de la protección que el Cristo deparaba a los fieles.

Sobre el origen de la devoción y la historia de la imagen hay diversas versiones, y el misterio y la leyenda se aunan. Según unos, el Cristo fue hallado en el mar y traido a Lezo. Según otros fue el santo obispo León de Bayona quien al venir a España a convertir gentiles traia consigo la imagen y la colocó en la ermita de Lezo.

Según Isasi, a principios del siglo XVII la ermita resultaba pequeña por lo que se construyó un templo mayor. El acuerdo parece que se tomó en 1595 y se sabe que el templo costó 5.300 ducados Años después se construyó la torre.

A la romería que se celebraba el 14 de setiembre con motivo de la Exaltación de la Santa Cruz acudian en tiempos cientos y cientos de familias. Un testigo de aquellas auténticas peregrinaciones escribió: «La fiesta llegaba a la capital que invadian los caseros y caseras endomingados, provistos de su inseparable paraguas aunque el sol lanzase sus rayos más quemantes sobre nosotros y llevando colgados de la blusa o de la chambra manojos de cintas rojas, amarillas, verdes, zules, de todos los colores, de las que pendian medallitas y crucecitas de barato metal con la efigie del Cristo. Las medallitas eran de lo más ordinario hasta que llegó el aluminio y el Cristo se hizo menos pesado en las cintas, como si hubiera llegado ese metal a tiempo de llevar más medallitas con menos peso».

En los alrededores de la iglesia, un ejército de mujeres ofrecian velas y medallas a los romeros, no faltando los tullidos que pedían limosna, algún ciego que arrancaba a un viejo violin unos sones musicales, puestos de rosquillas, almendras, caramelos... En la basilica se celebraban misas a las que asistian los romeros que pasaban el día entre Lezo y Rentería. La fiesta no se limitaba al dia de la Cruz pues continuaba hasta el domingo siguiente y terminaba corriéndose en la plaza de la villa varios moruchos o Lastures y después habia música dirigida por José Guezala.

También la gente de mar era devota del Cristo de Lezo. Cuando naufragaba alguna trainera of alguna lancha calera, los supervivientes solian ir descalzos hasta Lezo donde sacaban» una misa En tiempos, ese dia habia regalas en San Sebastián que las presenciaban los romeros que volvian. El Cristo tuvo los honores de las salvas de los buques de guerra cuando éstos cruzaban ante el Jaizquibel, a la altura de la basilica. Parece que esta costumbre nació en los días en que habia en Lezo astilleros y al puerto llegaban bajeles de hasta 80 toneladas, y también rendian alli viaje los barcos de la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas.

Como muchos de los romeros. regresaban a sus casas pasando por San Sebastián, la ciudad organizaba aquel día festejos no faltando en la plaza de la Constitución el cecenzusco y luego el baile.

KOXKAS R.M. 13.09.1990


LA ROMERÍA DE LEZO

 La romería de Lezo


La romeria de Lezo, que se celebra el 14 de setiembre, festividad de la Exaltación de la Santa Cruz, convocaba a muchos donostiarras y a guipuzcoanos que se acercaban muchos a orar ante el milagroso Cristo. Se va perdiendo la tradición y hoy son pocos los que se acercan al vecino pueblo. Nos quedan relatos del siglo XIX que nos describen la fiesta, entre ellos uno muy curioso de Carlos Demhowski, un viajero que estuvo en España durante la primera guerra carlista. Habia nacido en Italia pero era polaco por la sangre. Sus impresiones de lo que vio por aqui las recogió en un libro titulado «Dos años en España y Portugal durante la guerra civil, 1838-1840”.

De la romeria de Lezo escribió lo siguiente: «Por la tarde, el milagroso crucificado fue llevado en procesión todo alrededor de Lezo y contrastaba singularmente con el fervor de la muchedumbre la bulliciosa alegria de un grupo de mocetones que llevaban en la mano vejigas hinchables y se divertian en pegar con ellas en las espaldas de las mozas a medida que acertaban a pasar por delante de ellos. Terminada la procesión, se prendió fuego a varios toneles llenos de virulas, empezando los pifanos y tamboriles a tocar los bailes».

Como no podía ser por menos, hubo corrida de toros. Así la vio el polaco: «Hubo una gran corrida de novillos en la plaza del pueblo, a las puertas mismas de la iglesia. Los miembros del Ayuntamiento ocupaban los balcones de la casa comunal. A una señal que el alcalde hizo con su varita blanca, un bufón, vestido de payaso, inauguró el espectáculo danzando solo a la manera de los chinos. Púsose luego a imitar al toro y entabló terrible lucha con Dominguillo», maniquí vestido de rojo, que se había puesto en medio de la plaza, y que siempre que el payaso le daba testarazos, conservábase tieso, por efecto del peso que tenía en la base.

A la salida del verdadero toro, el payaso se escapó y se permitió a todos los aficionados hacer sus pruebas, en tanto la muchedumbre de los curiosos, resguardada tras una empalizada dispuesta alrededor de la plaza, se divertía lanzando contra el pobre animal una lluvia de varas armadas en la punta con alfileres y clavos». (A esto de lo que habla Demhowski seria a lo que se referia el P. Larramendi en su Corografia de Guipúzcoa cuando escribió sobre aquella ridad muy condenable, asi en los guapos que la practican como en los cobardes que la miran de talanqueras).

Pero sigamos con la descripción del polaco. Cinco toros participaron en la corrida, pero ninguno fue muerto por la penuria en que se encontraban las arcas municipales. Los honores de la jornada fueron para un torete negro que llevaba al cuello un collar de cascabeles. Después de haber maltratado cruelmente a un joven aficionado, logró escaparse de la plaza saltando la barrera Corrió hasta Rentería a sembrar espanto entre las viejas aldeanas, a quienes la masa de la población activa, que había ido a Lezo, habia confiado la guarda del pueblos.

Demhowski fue después a Vergara, donde vio a dos chapelzuris que estaban haciendo la corte a una cocinera vieja y sorda y que al día siguiente saludaban la llegada de la aurora con un vaso de aguardiente en una mano y la inevitable jicara de chocolate en la otra”.

De la romeria multitudinaria de Lezo sólo quedan viejos relatos orales y alguna crónica como es ta del escritor polaco.


R.M. 14 septiembre 89 KOXKAS


LA ROMERÍA DE LEZO

 La romería de Lezo


No había en toda Guipúzcoa una romería como la que tenía lugar en Lezo el 14 de setiembre, con motivo de las fiestas de la Exaltación de la Santa Cruz. Se celebraba desde tiempo inmemorial y en el siglo pasado acudían a ella gente del interior de la provincia y de los pueblos de la costa, aquélla a pie y ésta en lanchas hasta San Sebastián. Hace siglo y medio, las «costarras» venían con el «buruco pañubeluba aguriyaquin» y llegaban acompañadas de sus maridos u otros individuos de su familia, generalmente de víspera, y aprovechaban para hacer compras en la capital. Acudían por la mañana a Lezo, a pie, a cumplir alguna promesa hecha durante el año. Después de oír misa y pasar el día entre Lezo y Rentería, volvían a San Sebastián al anochecer, también andando. Aquí se corría un zezensuzko, de la «ganadería» de Esnaola, en la plaza de la Constitución y bailaban hasta las diez de la noche (hora en que el alguacil daba la señal de terminar) al son del tamboril

Los cronistas de hace noventa años se lamentaban que las cosas hubieran variado. Los medios de comunicación hicieron. que la gente fuera en tren, en tranvía, en cestas o en otros carruajes, pero seguía acudiendo en elevado número. En 1896, escribía Angel María Castell de esta romería:

«Tiene dos caracteres, uno místico y otro profano, que dan a la fiesta un aspecto excepcional, realmente encantador. Por la mañana, los devotos caminan a paso lento, el bastón al hombro y colgado en un extremo el pañuelo de yerbas que encierra el sabroso almuerzo; las devotas van con la falda sobre la cabeza y guisa de mantilla zamorana, sin preocuparse, a veces, de lo que puedan dejar ver a los ojos mundanos y pecaminosos. En rosario interminable, van por la carretera los romeros, llegan a la ermita, oran, entran por la sacristía a una oscura galería que da acceso al Cristo, besan los pies de la imagen o rozan en ellos el escapulario o la medalla que adquieren momentos antes, y salen por la otra puerta a la calle, donde ya cambia el rostro del casero fervoroso su gesto de severidad religiosa por el gesto de júbilo, de fiesta, de jolgorio.

La vuelta es otra cosa. Es desordenada, bullanguera. El almuerzo se impacienta en el pañuelo azul y se mueve en la punta del «makila»> como un péndulo, diciendo: «Comedme». Las praderas se convierten en grandes comedores, en inmensas mesas de aterciopelado y verde mantel. Es la hora en que empieza a tornasolarse la fiesta, pasando del purísimo color místico a la chillona mezcla de colores profanos».

Luego, el regreso. Los caminos se pueblan de gente que vuelve en son de fiesta, suenan los acordeones y los cantos, todo es alegría en aquella masa humana que ha cumplido una promesa y después se ha divertido. Y allá queda, en el santuario solitario, rodeado de tinieblas, con los únicos hilos de luz que proceden de una lamparilla de aceite, el Cristo milagroso, al que invocan los marinos en días de temporal, las mujeres en los dolores del parto y todos cuando necesitan una ayuda en sus vidas.

Animadísima estuvo la romería de 1896. Tras las misas y las preces, hubo vaquillas y bailes y en la plaza las aguerridas guipuzcoanas lucieron sus habilidades en el arte de Terpsicore. ¿Qué queda de todo aquello?


R.M. KOXKAS 13-9-86


EL CRISTO DE LEZO

 EL CRISTO DE LEZO


Los pueblos se denominaban según las categorías y otras circunstancias, ciudad, capital, villa, Universidad, concejo, alcaldía, lugar, barrio... Lezo se llamó Universidad, que determinaba el conjunto de linajes o vecindades que estaban unidos por intereses comunes.

La romería que se celebraba en Lezo el 14 de septiembre era una de las más clásicas del país vasco y a ella acudían gente de Gipuzkoa, Vizcaya, de los pueblos navarros lindantes con nuestra provincia, y del país vasco-francés. Todos pedían algo al famoso Cristo: unos la salud de algún familiar enfermo, otros que la cosecha fuera buena o que el largo viaje del hijo o del hermano fuera feliz, y el matrimonio sin hijos que se le concediera un vástago.

Hace varios siglos, los vecinos de la costa venían en lanchas a vela, que atracaban en el puerto de San Sebastián y aquí tomaban los tripulantes el camino del santuario. Los romeros del Goyerri venían andando de monte en monte o por el camino real, trayendo los guisones las chaquetas colgando del mailla, con un arma encima del hombro.

Aunque el día de la romería fuera espléndida, todos los caseros traían su paraguas debajo del brazo. El camino de San Sebastián a Lezo era aquel día un continuo ir y venir, confundiéndose los cantos de los romeros de mar y tierra.

En el centro de la Universidad de Lezo está el santuario del Cristo, sobre cuyo origen hay varias versiones. Una dice que la imagen fue encontrada cerca de Urdaide; otra que en tiempos de Enrique VIII fue traida desde Inglaterra; y la más admitida, que fue hallada en la bahía de Pasajes. Hubo cuestiones sobre su posesión entre los pueblos lindantes, y la misma imagen resolvió el litigio apareciendo varias veces en el mismo sitio que hoy ocupa el santuario.

El Cristo de Lezo, según cuenta el historiador Francisco López Alén, ha sido objeto de advocación entre la gente de mar, y tan grande era ésta que en el siglo XVII los navios de la Armada real al pasar a la altura de la Universidad de Lezo saludaban al santuario con veintiún cañonazos o varios tiros de bombardas.

El 14 de septiembre cientos y cientos de peregrinos se postraban ante el Cristo de Lezo, y las mozas repetían en voz baja, en todo de rogativa: «Gure / gurutze Lezoko santu/ Iru gauz abek bigal gu gana; / Eskuartia, eta osasuna / Eta senar bat gañera Ona». Que vertido al castellano nos da lo siguiente: «Santo Cristo de Lezo / tres cosas pido: / salud, dinero/ Y un buen marido».

Fue Cristo de Lezo la advocación más arraigada y al Santuario iban los novios a casarse y los recién nacidos a ser bautizados. Y la tradición sigue.


R.M. 13 Septiembre 2002 KOXKAS


EL CRISTO DE LEZO

 El Cristo de Lezo


LOS poblados tienen diferentes nombres según su categoría: ciudad, capital, villa, concejo, universidad, alcaldía, lugar, barrio, etcétera. Lezo era Universidad, que significaba conjunto de linajes o vecindades que estaban unidos por intereses comunes. Pues bien, a Lezo todos los 14 de septiembre acudía muchísima gente de toda la provincia, de la de Vizcaya y de Francia.

Los romeros se postraban ante el famoso Cristo de Lezo y le pedían, según escribió Francisco López Alén, «unos la salud suya o de algún familiar, otros que la cosecha fuera de resultados óptimos, que el viaje largo del hijo o del hermano fuese feliz, que el fallo del litigio fuera favorable, el matrimonio sin descendencia pedía un vástago, y en fin que no hay creyente que no venga sin causa, sin motivo y sin su consabido por qué».

El progreso ha hecho cambiar la forma de viajar pero hace siglo y medio era éste: los kostarrak o vecinos de la costa, hacían la expedición en lanchas a vela. Las embarcaciones atracaban en el puerto de San Sebastián de madrugada y de aquí tomaban el camino del santuario, lanzando a los aires el zantzo e irrintzi. Los que venían del Goyerri venían andando, de monte en monte unos, por el camino real otros, llevando los guizones las chaquetas colgadas del makilla, a manera de armas al hombro. Y aunque el día fuera espléndido, todos los caseros venían con su paraguas debajo del brazo, como una pica.

El Ayuntamiento de San Sebastián se sumaba a la fiesta, engalanaba la casa consistorial, tocaba el tamboril y en la Plaza Nueva había fuegos artificiales, toro de fuego y chupinazos.

El Santuario de Lezo se levantó en el siglo XV y en el transcurso de los años se llevaron a cabo diversas obras. El origen del famoso Cristo tiene diversas versiones. Unos dicen que cuando los vecinos de Oyarzun estaban enfrentados unos contra otros por razones materiales, unos individuos de Lezo que se incorporaron a las armas del Valle descubrieron cerca de Urdaide el crucifijo. Otros sostienen que en tiempos del cisma de Enrique VIII de Inglaterra fue traído desde allí con otra imagen de la Virgen que se conservó en el convento de San Telmo. Por último, según los más versados en la historia, fue hallado en la bahía de Pasajes. Hubo litigio sobre a quién pertenecía, pero fue la misma imagen quien lo resolvió, pues apareció tres veces en el mismo sitio, el que ocupa ahora. El Cristo de Lezo ha sido la imagen con la advocación más arraigada entre la gente de mar, y así sabemos que en el siglo XVII las naves de la Armada Real al pasar a la altura de la Universidad saludaban al Santuario con veinte cañonazos o tiros de bombarda.


R. M. 14 septiembre 2001 KOXKAS


EL CRISTO DE LEZO

 El Cristo de Lezo


Un día apareció en Pasajes un cajón herméticamente cerrado que excitó la curiosidad de unos cuantos pescadores. Abrieron el cajón y vieron que dentro había una imagen de un Cristo crucificado. Corrió la noticia e inmediatamente surgió la pregunta: ¿a dónde llevamos al Cristo? ¿A qué iglesia? Los nombres de Pasajes, Rentería y Lezo fueron los que más sonaron en las discusiones sobre el destino del Crucifijo.

Pero misteriosamente la imagen desapareció del cajón en donde estaba. Se pusieron a buscarlo y, según leo en un relato de la época, -busca por aquí, busca por allá, removiendo zarzas, hundiendo los ojos en brezos y tamarindos, dando batidas en los bosques y tropezones y tumbos en la sierra del Jaizquíbel, no pararon hasta alcanzar al fugitivo, a quien encontraron en Lezo, clavado en la Cruz y derramando lágrimas. No cabía la menor duda. El Hijo de Dios lloraba de pena porque temía verse arrancado de aquel solitario, fresco y ameno lugar donde gozaba de una paz completa, y veía. muy próximo el instante en que la concupiscencia humana le condenaría nuevamente al suplicio del cajón

Los pescadores acordaron dejarlo allí, pues parecía esa era la voluntad del Cristo. Pero uno de aquellos pescadores no estaba de acuerdo con aquel traslado milagroso y sospechaba que los de Lezo habían tramado el ardid y lo habían llevado sigilosamente a la aldea para asegurarse su posesión. Decidió robarlo del sitio donde estaba el Cristo y amparado por la noche lo llevó al cajón donde había sido descubierto

Cuando el hombre llegó a Pasajes y metió el Cristo en el cajón, estalló una tormenta tremenda, cayó agua a torrentes, silbó el viento y los estampidos de los truenos fueron enormes. La imagen del Cristo se enderezó en la caja y la cruz empezó a avanzar. -A su paso-escribió Antonio Peña y Goñi separábanse las piedras, uníanse las ramas de los árboles formando palios, marchaba sin tropezar en obstáculo alguno, moviendo solamente la cabeza ensangrentada que parecía una amapola del cielo. Mientras seguía implacable la lluvia y gemía desesperado el aire y zumbaba el trueno y caían exhalaciones por doquier y la obscuridad continuaba aterradora, la Cruz proseguía su camino rodeada de un nimbo de deslumbradora claridad, como bañada por un potente foco de luz eléctrica, que la hacía invulnerable a los efectos del temporal y le daba todo el aspecto de una visión ultraterrestre-.

Así fue andando hasta llegar a la eminencia que en Lezo ocupara la vispera. El Cristo sentó definitivamente sus reales en Lezo.

R.M. 13 Septiembre 96 KOXKAS


EL CRISTO DE LEZO

 El Cristo de Lezo


Cuenta la tradición que todo comenzó, al parecer, en Pasajes, en un cajón cerrado. Abierto por sus descubridores, vieron que en él había la talla de un Cristo crucificado. Al saberse noticia, surgió la disputa sobre dónde colocar aquella imagen que había llegado tan misteriosamente hasta el pequeño puerto guipuzcoano. Tres pueblos querían para si el Cristo, Pasajes, Lezo y Rentería, y mientras se dilucidaba el destino del Señor, el cajón permanecía sin que nadie osara tocarlo. Hasta que un día el Cristo desapareció del cajón, lo que fue interpretado como el deseo del Señor de no presenciar las vanas discusiones sobre su destino. Algunos, más exaltados, interpretaban como un castigo de Dios aquella desaparición. Comenzó la búsqueda y por fin fue encontrado en Lezo, en altozano.

Se interpretó el hecho como la manifestación expresa de Cristo de que quería permanecer en aquel apacible lugar. Pero hubo un pasaitarra que supuso que habían sido los lezoarras, deseosos de quedarse con la imagen, quienes habían sacado a ésta del cajón y la habían llevado al lugar en que apareció, y pensó en recuperarla para su pueblo. Antonio Peña y Goñi, que nos describió con su prosa inimitable la leyenda, nos describe la escena: «Hacia la media noche, aprovechando un momento en que los rayos lunares habían desaparecido comidos por un nubarrón, se encaminó a paso de lobo a la pequeña eminencia donde estaba el Cristo, se persignó primero, murmuró luego una oración, y envolviendo con mirada de ladrón avezado la pavorosa negrura que reinaba en torno, subió donde estaba la Cruz, la arrancó de cuajo y echándosela al hombro, apretó a correr. Oh, quien pudiera dar la menor idea de aquella carreral espantablel ¡Un fantasma macabro, dando saltos de corzo entre riscos y breñales, sudoroso, jadeante como si llevara encima cien quintales de peso, rodeado de horrible obscuridad y luchando a brazo partido con aquella profanación abominable, con aquel rapto criminall”

Al llegar a Pasajes, se inició una terrible tormenta de agua y viento huracanado y gran aparato eléctrico. La Cruz se levantó de la caja y comenzó a andar. «La Cruz proseguía su camino rodeada de un nimbo de deslumbradora claridad, como bañada por una potente foco de luz eléctrica que la hacía invulnerable a los efectos del temporal y le daba todo el aspecto de una visión ultraterrena. Así fue, ,andando poco a poco, hasta llegar otra vez a Lezo y posarse como una paloma en la pequeña eminencia que ocupara la víspera, y de la cual le había arrebatado una ciega cuanto punible incredulidad».

El arrepentimiento brotó, inmediatamente, en el pecho del pasaitarra, que lloró amargamente su pecado hincado ante las plantas del Cristo, que había mostrado su deseo de quedarse para siempre en Lezo. Y allí sigue, entre la veneración no sólo de los habitantes de su universidad, sino de todos los guipuzcoanos.

Esta es la leyenda del Cristo de Lezo, una leyenda más como tantas otras que rodean a las imágenes de Virgenes y santos, y que las abuelas guipuzcoanas contaban hace siglos a sus nietos en las largas noches del invierno y que Peña y Goñi recogió de labios familiares y la llevó a las cuartillas, para que no se perdiera con el transcurso de los años.


R.M. KOXKAS/12-9-86


sábado, 10 de septiembre de 2022

LAS REGATAS EN VERSO

 LAS REGATAS EN VERSO


Luis Pérez Solero era un burgalés que se enamoró de San Sebastián y aquí procuraba pasar los veranos, mientras trabajaba en una casa de vinos de solera de Jerez de la Frontera. Y de su ingenio nacieron muchos versos que cantaban los encantos de San Sebastián. Entre ellos, dedicó uno a las regatas de traineras, que voy a reproducir. Los escribió en 1950.

«¿Qué espectáculo se acerca / a las grandiosas regatas / de traineras? ¿Ni qué alarde / de lo que vale una raza / puede darse en parte alguna / -en una lucha esforzada / donde el brio y el coraje, / tajando el mar a paladas/ con impetu sostenido / que se crece a la llegada-/ como el que dan los remeros / en las aguas donostiarras?

¡Tampoco existe escenario / ni más bello panorama, / cual los montes que circundan-/ esta ciudad, limpia y clara / Montes, cubiertos del todo, / por muchos miles de altas / al igual que los paseos, y la arena de la playa, / y los viejos tamarindos.../y tejados... y terrazas.

En la bahía, por cientos, /-y dibujando en la plata / de su incomparable espejo / curvas de espuma muy blanca-/vaporcitos... y balandros... / y piraguas... y barcazas... / llenando de mil colores, / en vibrantes pinceladas, el cuadro más refulgente de esa esplendida mañana / que brilla con la luz del sol, o... de nubes... o con aguas; no importa la luz del cuadro,/ ¡importa sólo la hazaña!

Cuando el inmenso gentio / ya después de la «arrancada»>, / se queda inquieto, en silencio, / y ve volver las traineras / sin distinguir las distancias, / (porque son cuatro puntitos/donde la vista no alcanza) / brotan murmullos, rumores, / y en los pechos grandes ansias / de averiguar, de los cuatro, / cual es el que se adelanta... Y los rumores, creciendo en tormenta se desatan, / entre atronadores ruidos, / de las sirenas que claman / rugiendo, roncos o agudos....

Luego, los gritos que estallan. /animando a los remeros, / desgarrando las gargantas, / culminando en un estruendo / como si el mundo explotara / entre bocineo, disparos, / gritos, saltos y... algazara / de todos los que ganaron,/ furia de los que fracasan...! Y truenan los alta voces / y por las calles avanza/ un gentio desbordado en increible avalancha, / a incrustarse entre los arcos, / jay, Parte Vieja,! en su plaza. El bloque humano se funda,/ y su oleaje, se calma. / Un minuto de silencio... y un vaivén de marejada... /y... ya se abren los balcones de la municipal Casa, / ¡Qué griterío imponente! / ¡Qué rugido el de la masa! / Qué recio asoma el Patrón, / agarrando por el asta, /su bandera... la del triunfo, / cual si otro remo agarrara y trazase por el aire / como la trazó en el agua / ¡una cruz de bendición / al triunfo de nuestra raza!»>.

10 septiembre 2002 - KOXKAS - R.M.


EXCURSIÓN A LOYOLA

 Excursión a Loyola


ASI todos los años, hace un siglo, se organizaba una excursión al valle de Loyola, y era una de las fiestas que con mayor éxito se celebraba cada verano. La de 1903, celebrada el 9 de septiembre, resultó extraordinaria. Aquel año participaron las siguientes embarcaciones que podríamos llamar oficiales, además de otras particulares: una para el Ayuntamiento y ex alcaldes; tres para los invitados; una para el jurado; dos para la banda de música y una para el Orfeón Donostiarra. Todas estas embarcaciones se hallaban artísticamente engalanadas, luciendo a popa y proa la bandera nacional, la de la matrícula donostiarra y el escudo de Guipúzcoa.

El viaje de ida fue breve. Era la hora de la siesta y al llegar a Loyola las trompas sonaron, estallaron voladores, chupinazos, la banda municipal y la del Regimiento de Sicilia llenaron de música los aires, cantaba el Orfeón, palmoteaba la gente, el entusiasmo se desbordaba entre hurras y vivas.

Hubo regatas resultando vencedores las embarcaciones Ramuncho de Vicente Gurruchaga, Ligera de Manuel Corta y Juanita de Manuel López. En las cucañas venció Manuel López y en la lucha en las tinas Francisco Blanco.

El Ayuntamiento obsequió a sus invitados con un lunch servido por el Novelty. Las crestas de las montañas, las riberas de los valles y todos los alrededores estaban ocupados por infinidad de espectadores. El ir y venir de las embarciones no cesaba.

El Orfeón desde su gabarra cantó varios números, entre ellos el Boga, boga! y la banda de música ejecutó el Gernicako.

El regreso lo contó un cronista que asistió a la reunión así: -La señal del reembarque fue una serie de voladores que estallaron al mismo tiempo. Como en un cuento de hadas, se veían montes que ardían, infinidad de bengalas de colores que parecían seres vivos y semejaban cíclopes que tenían por ojos soles de rutilantes rayos, volcanes de pólvora que semejaban estallar y hacer saltar aquellas inmensas moles que aún verdeaban con los últimos rayos crepusculares eclipsados por infinidad de lucecitas de gas como aquellas con las que aparecía como castillo encantado la bonita posesión del duque de Mandas, reflejado mil y mil veces en la plena y tersa superficie del río que ni a susurrar ni a murmurar se atreve para no interrumpir alegría y algazara tanta-.

Los gabarrones y barcas en las que regresaron los excursionistas atracaron en el paseo de los Fueros -donde millares de personas contemplaron el regreso de una gira que parecía un cuento de hadas y delirio de la excitada fantasía-.

10 September 2008 - KOXKAS - R. M.


LOS BERSOLARIS, POETAS POPULARES

 Los bersolaris, poetas populares


DESDE cuándo los bersolaris llenan con su inspirada imaginación las plazas de los pueblos en días de fiestas, las húmedas sidrerías, las portadas de las ermitas, los rincones más insospechados en fechas en que el pueblo celebra a su patrón o patrona? El rimar y cantar lo rimado y jugar con ello en la pugna de la improvisación, ha sido afición antigua que no sólo la hemos cultivado aquí, en nuestras aldeas y pueblos, en nuestros valles junto a los ríos, a la sombra de la arbolada. Esta afición la llevaron los conquistadores que descubrieron medio mundo en ya lejanos días.

El contender en verso fue corriente en la Pampa, allá en el cono sur del mundo. Eran ejercicios de agudeza mental, de destreza a la hora de improvisar, recogiendo el guante lanzado por el contendiente. En un duelo poético en la Pampa, un versificador le planteó a su rival un problema teológico. Le dijo:

-Y dígame compadrito, / si me lo puede explicar; / cómo pariendo la Virgen / doncella pudo quedar».

Rápido, le contestó el otro contendiente: -Atiéndame, compadrito,/ que se lo voy a explicar. / Arroje un canto a esa charca/y el agua se rasgará.../ Pero si aguarda un poquito, / quedará como cristal. Así pariendo la Virgen / doncella pudo quedar».

Así, y mediante el Espíritu Santo por supuesto.

En el verano de 1483 estuvo en Durango la reina Isabel la Católica, aposentándose durante dos días en la Torre Lariz, con vistas a las rocas del Amboto. Lo cuenta mi entrañable Sebastián Iturbe. Ya anochecido, oyó la reina cantar coplas a alguien en vascuence al pie de la ventana. Era una voz de niño. Hizo que subiera el cantor. E Isabel la Católica le dijo, dándole un real de propina: ¿Quién eres? El cantor era un muchacho de catorce o quince años entonces. Contestó: «Me llamo Juan y vivo en Goyeneable. Aquel chicuelo fue más adelante el primer obispo y arzobispo de México, Fray Juan de Zumárraga, santa y noble figura en los orígenes de América.

No era un bersolari, como tampoco lo fue Iparraguirre ni Otaño. El bersolari es un improvisador, un hábil vate que dialoga y compite en verso. Bersolaris, y de los buenos, fueron Pernando Amézqueta, Pello Errota, Chirrita... El bersolari es un poeta popular, un juglar que canta en medio del pueblo, cuya inspiración llega a grados de intensa emoción.

Afortunadamente, las modas que nos traen los años no han desterrado al bersolari de nuestra geografia. Y siguen llenando con sus versos el aire de nuestros pueblos.


KOXKÁS 10  septembre 99 R.M.


EL ACUARIUM

 El Acuarium


CON motivo de la inauguración de las importantes obras llevadas a cabo en el Acuarium donostiarra, me ha parecido interesante el contar aquí brevemente su historia y en ella hay que citar en primer término a dos pioneros, Pedro Soraluze y Juan Miguel Orcolaga, delegados en San Sebastián del museo oceanográfico de Burdeos. Ellos consiguieron abrir en 1891 un pequeño acuarium, piscifactoría y estanque de peces, que estaba ubicado donde hoy se halla el Real Club Náutico. Constituidos en Sociedad de Piscifactoría abrieron una escuela de pesca, que comenzó el 9 de enero de 1912 impartiendo las clases en la iglesia de San Pedro.

De aquel primer movimiento surgió la Sociedad Oceanográfica de Guipúzcoa tras una reunión celebrada el 19 de septiembre de 1908 en la Comandancia de Marina bajo la presidencia del capitán de fragata don Gregorio Escoriaza. Se formó una junta directiva presidida por don Paulino Caballero y formada por don Julián Salazar y el doctor Vic como vicepresidentes, archivero y como vocales don Miguel Orcolaga, don Manuel Mercader, don José Domercq, don Juan Manuel Martínez Añíbarro, don Baldomero López Cañizares, don Javier Peña y Goñi, don Alberto Machimbarrena, don Fernando Molina y don José María Aristeguieta. El local social estaba en el número 11 de la calle Campanario.

Inmediatamente crearon un museo oceanográfico instalado en los locales del Instituto de Segunda Enseñanza y un laboratorio que funcionaba en la torre del Muelle.

En enero de 1919 se trasladan a la calle Aldámar, esquina al Paseo Nuevo, donde estaba el cine Miramar, y allí el 10 de agosto de 1916 abren un Museo Oceanográfico, asistiendo a la inauguración la Reina Madre Doña María Cristina. Nombrado presidente don Vicente Laffitte, se inician las gestiones para construir un Palacio del Mar. Se eligió el sitio, al final del muelle y allí se puso la primera piedra el 22 de septiembre de 1925. El arquitecto don Juan Carlos Guerra hizo el proyecto con un presupuesto de 328.000 pesetas. Vino el profesor Marco Fedebe, de la Estación Zoológica Marítima de Nápoles a dirigir la instalación interior, regalando cuarenta animales pelágicos. 

Constaba el Acuarium de una Escuela de Pesca, un museo de oceanografia, laboratorios, un museo naval y trece piscinas con especies vivas captadas en nuestras aguas. Fue inaugurado el 1.º de octubre de 1928, asistiendo las Reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia, la Reina Madre doña María Cristina, el presidente del Gobierno general Primo de Rivera y las autoridades locales.


10 septiembre 98. KOXKAS - R.M.


"OTELLO"

 'Otello'

VICENTE Escudero era el crítico musical de EL DIARIO VASCO y firmaba sus crónicas con el seudónimo de Tristán de Easo. Reunía en su persona la modestia y el conocimiento musical. Cuando hacía un elogio de un artista o una obra, valía oro, pues todo el mundo sabía que los juicios que emitía Escudero eran acertados y justos.

Por eso a todos los que trabajábamos con él hace cuarenta y tantos años nos llamó la atención cuando una noche llegó a la redacción más locuaz que de costumbre y lo primero que dijo fue: «Vengo de asistir a la mejor representación de una ópera que recuerdo. Y he seguido muchas en mi vida».

Venía del Teatro Victoria Eugenia donde aquella tarde del 10 de setiembre de 1954 se había representado la ópera Otello, dentro del programa de la Quincena Musical. Y venía entusiasmado. No era para menos la cosa, pues aquella representación había reunido elementos de excepcional valía en el foso y en la escena.

Allí estuvo aquel día el maestro Emilio Tieri, músico de gran talento y exquisita sensibilidad, y allí estaba nada menos que la orquesta del Mayo Florentino, joya y garantía del buen éxito de la reunión y que desde el primer compás supo dejarse sentir, a lo largo de los cuatro actos, como protagonistas por su calidad, matices y unidad que ofreció en todo momento. Esto era algo de lo que escribió aquella noche nuestro compañero Escudero.

Todos bordaron la ópera de Verdi. Y si me he referido a la orquesta del Mayo florentino, no puedo silenciar a nuestro Orfeón Donostiarra. Allí estaban ochenta voces seleccionadas, impresionando al público. Y en el escenario el tenor dramático Vittorio de Santis, una voz y un actor, que se paseó por las regiones agudas y centrales con una naturalidad que ponía a prueba sus facultades técnicas. A lo largo de los cuatro actos supo estar en su lugar y hacer un papel con una naturalidad y un dominio de la escena excepcionales.

Y junto a él, la soprano Cesy Broggini, artista y cantante, que parecía que el papel de ‘Otello' había sido escrito para ella. Su dirección, dulzura y espiritualidad imprimieron a la escena un carácter encantador. Y además era bellísima y delicada. Cautivó aquella voz, una de las más ricas y puras de la lírica italiana. Fue la triunfadora junto a Vittorio de Santis. También triunfaron aquel día nuestros Carlos Munguia, Joaquin Deos y Licia Galvano

Otello volvió a representarse el domingo, 12. Dejó un gratísimo recuerdo que perduró durante mucho tiempo en los anales de la vida artística donostiarra.


10 septiembre 97 KOXKAS - R.M.


LAS REGATAS

 Las regatas


José María Salaverría, que vivió en su infancia en el faro de Igueldo, del que su padre era torrero, fue un enamorado del Cantábrico, el mar que contemplaba todos los días, lo mismo cuando la calma lo dominaba que cuando el temporal embravecía sus olas.

Sobre este mar tan nuestro escribió muchas páginas y una de ellas, la que nos describe las regatas de traineras de San Sebastián, es la que traigo hoy a esta columna.

Escribía Salaverría en 1916: -En las regatas de traineras, los luchadores son hombres ingenuos, verdaderos, auténticos hombres. Quiero decir que sus cuerpos y sus almas están en contacto con la Naturaleza; son pescadores de oficio y de raza, sienten el mar y su vida toda transcurre sobre el mar; y los triunfos y las derrotas imprimen en sus almas una huella profunda. Para ellos, el fracaso es como un aplanamiento insuperable; la victoria es su frenesí, un delirio y una explosión de todas las vanidades y potencias emotivas.

Desde el muelle asiste el pueblo a la lucha; las mujeres y los niños presencian el torneo y siguen con trémulo afán sus incidencias. Los deudos animan a los remeros. Se oyen gritos de aliento, a veces ultrajes para los patronos o los adversarios. No de otra manera, en los cantos de Homero, los soldados pelean largamente bajo la muralla, mientras las mujeres vociferan en el vano de las almenas. Y luego, cuando la regata concluye, los aplausos atruenan el muelle, suena la música y la trainera vencedora embiste con brío entusiasta la boca de la dársena, verdadera expresión del goce dionisíaco, máxima dicha del triunfo.

Luego se refiere Salaverría al la famosa regata contra Ondarroa, con el mar lleno de vapores y barcazas, lleno de curiosos; los bilbainos arrojaban a la liza todo el peso de su dinero, con una vehemencia verdaderamente yanqui. La emoción y el anhelo de los partidarios, superaba a cuanto puede imaginarse.

Se trabó la regata y pronto se vio que los marinos de Ondárroa representaban la fuerza indocta de la Naturaleza, en tanto que los pescadores de San Sebastián asumían la representación de la inteligencia. Eran como dos pugilistas: instinto beocio el uno, canto ático el otro.

Los remeros de Ondarroa. impacientes por vencer y confiando en sus fuerzas físicas, malgastaban su vigor y apenas hundian los remos en el agua: al contrario, los remeros de San Sebastián operaban con economia, con disciplina, y haciendo más lentas sus paladas, hundían más dentro del agua los remos, y, sin apresurarse, llegaron los primeros a la meta”


10.09.1996 KOXKAS - R.M.


CASAS DE HUÉSPEDES

 Casas de huéspedes 


Resulta difícil escribir sobre el verano donostiarra de finales de siglo y no aludir a las casas de huéspedes que acogían a miles y miles de forasteros. El periodista Pedro Parellada, que firmaba con el seudónimo de Melitón González, que tantas crónicas escribió en los periódicos de Madrid sobre San Sebastián, también lo hizo sobre las casas de huéspedes.

Decía en una inolvidable crónica que era cosa facilísima dar con una casa de huéspedes al llegar a San Sebastián. Se mete uno en la primera casa que se le antoja, y no siendo en el palacio del Ayuntamiento, el gobierno militar o el teatro, es casi seguro dar con lo que se busca. Así lo hizo él llamando a un primer piso de la calle Legazpi y tres viejas le abren la puerta y le enseñan un gabinetito muy aceptable con una desvencijada cómoda y unos jarrones con flores de mariscos.

Le pareció bien a Melitón González la habitación y el precio, seis pesetas pensión completa. Dice que se estaba quitando el polvo del viaje, -enjabonado y llenas de espuma cabeza y manos, cuando un matrimonio forastero llamó en la puerta de la escalera. Oi que pedían habitación y reanudose, por milésima vez, la zambra de las tres viejas. 

Como furias del Averno corrieron a mi gabinete. Haga el favor, venga, pues, a otro gabinete. Pero señoras ¿qué formalidad es esta?»

Mas ellas, sin pararse en nada, me agarraron y me metieron a empujones en un cuarto oscuro del pasillo, echando la llave por fuera. ¡Brujas, arpías! grité hasta enronquecer. No podemos tener a usted pues. Nos ha venido un matrimonio por más días. Voy a dar parte, so esqueletos.

Tomé la escalera y me metí en la casa inmediata. También admitían huéspedes. Un señor serio y grave me recibió. Pronto nos arreglamos: tres platos a la noche y cocido con dos principios a mediodía, todo ello por 22 reales (...).

Somos 27 en la casa. Para ir a mi cama atravieso el pasillo lleno de colchones en el suelo por encima de la familia después sigue un gabinete ocupado por dos señoras venerables por su edad, pero antes de atravesarlo y con objeto de no faltar a la moral, doy unos golpes en la puerta diciendo: - ¡Allá vov!

Entonces apagan la luz, se tapan la cabeza con la sábana y yo con los ojos cerrados, me cuelo en mi cuarto como una exhalación. Lo peor no es el número de los que somos, sino de los que seremos si por los dias de las fiestas llegan los doce más que esperan


10 septiembre 95 KOXKAS - R.M.


BATALLA DE FLORES

 Batalla de flores 


Una fiesta que ya no se celebra es la batalla de flores. Un cronista exigente decía que uno puede imaginarse a un veneciano vestido de gratos colores, con plumas, con melenas, con una bella gallardía en toda su persona, arrojando flores a una ventana orlada de magníficos ornamentos escultóricos. ¿Cómo poner al lado a un señor pelado, tieso, rígido, vestido con pantalón blanco, chaleco gris, americana negra. sombrero de paja, redondo como un plato? ¿Hay algo más prosaico que un señor moderno vestido con una indumentaria fea, tiesa, incómoda y de horrible combinación de colores?-,

Una de estas batallas de flores se celebró en San Sebastián el domingo 11 de setiembre de 1904. Se habían montado tribunas en la Avenida y en la calle Hernani y en una de ellas estaban 300 turistas alemanes que habían llegado a bordo del barco -Meteor. De aquellas tribunas, la que más llamó la atención era la de la Unión Artesana, cuya techumbre era una parra de la que colgaban racimos de uvas naturales. Cuatro bandas de música amenizaron la fiesta: la Municipal, la del Regimiento de San Marcial, La Unión y la Bella Iruchulo.

A las 4 comenzó el desfile de los 89 coches de caballos, dos automóviles y una bicicleta que tomaban parte en la fiesta, y de todos ellos destacaban una docena de vehículos adornados con mucho gusto con flores naturales.

A las 5 llegó el Rey en un landó descubierto acompañado de tres ayudantes, subiendo a la tribuna de autoridades. El tiroteo graneado de flores y confetis entre los ocupantes de los vehículos y los espectadores no cesaban. A las 5.30, el Rey volvió a ocupar su landó y recorrió varias veces el campo de batalla, aguantando una lluvia de flores. El monarca, que ocupaba la parte posterior del carruaje, calóse el barbuquejo de la gorra y tomó parte activa en la batalla. Al pasar por donde estaba tocando una banda, arrojó manojos de flores a la ancha boca de los bajos, apagando así las voces de éstos. A los turistas alemanes se les dieron varias cestas llenas de flores para que se defendieran de las acometidas de los donostiarras.

Los carruajes premiados fueron para las señoritas Peña, Larralde, Alonso Zabala, Gaitán de Ayala y Satrústegui, y la bicicleta adornada con colores de México y España, montada por la niña Judih Montijo

 La reina de las fiestas fueron... las mujeres,  que  parecían con sus largos trajes blancos, ondulosas flores de loto, más ricas, más codiciadas que el loto, como escribió José Maria Salaverria.

10 Septembe 94 KOXKAS - R.M.


MISTERIOSO SUCESO

 Misterioso suceso


No se hablaba de otra cosa aquel mes de setiembre del 1893 en nuestra ciudad. Y no era para menos.

En los últimos días de agosto llegaron a San Sebastián el principe Victor, un ucraniano de 28 años de edad, delgado, rubio, con patillas largas y tipo enfermizo, y la baronesa Mary Van Raedelheim alemana, alumna de medicina de la Universidad de París, de edad parecida a la del príncipe, de ojos pequeños, penetrantes, labios muy salientes, con aire aplomado y perspicaz. Ella decía que era hija del primer ayudante de campo del Rey de España don Amadeo de Saboya, sobrina del general Bazone Van Raedelheim, primer ayudante del archiduque Juan de Coburgo-Gotha y sobrina de la duquesa de Wellington y que había renunciado a favor del príncipe todos sus bienes, que ascendían a 600.000 francos, más los inmuebles que valían más de un millón.

Aquella extraña dama solicitó los servicios de tres médicos para que certificaran que el príncipe estaba en peligro de muerte próxima. Los doctores Muñagorri, Urcelayeta y Gaiztarro fueron al príncipal del número 6 de la calle Guetaria, donde vivía la pareja, y dijeron que el príncipe no padecía ninguna afección grave y que sufría las consecuencias del abuso de morfina. Acudió la baronesa al juez municipal para que nombrase otros tres médicos que visitaran al príncipe, siendo designados los doctores Acha, Miranda y Tamés, quienes diagnosticaron que la enfermedad que padecía el príncipe podía poner fin su vida en plazo no lejano. La dama acudió entonces al juzgado municipal para que les Casara in articulo mortis». El juzgado designó otros tres médicos, los doctores Usandizaga, Oa y Pradera para que reconocieran al enfermo y estos galenos certificaron que éste no ofrecía peligro inminente de muerte, por lo que la justicia denegó el matrimonio in artículo mortis.

El príncipe fue ingresado en el Hospital de Manteo y la baronesa fue a la cárcel pues se habían querido ir a Bilbao sin pagar a la dueña de la casa el alojamiento y la comida de cerca de un mes. Se supo después que ella y su madre eran de Rouen y además impostoras que usaban los nombres de dos personas fallecidas en París y enterradas en el cementerio del Padre Lachaise, calle Gasselin, sección 60 con esta filiación: Mme. Gay Eugene. Denyse née Bertrand, muerta el 20 de julio 1886, y Mme Cartin née Gay Cecile. muerta el 10 marzo 1891. 7

Los protagonistas de esta historia fueron expulsados de España y la gente dejó de hacer comentarios sobre ellos.


KOXKAS 10 septiembre 93  R.M.


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