Las regatas
José María Salaverría, que vivió en su infancia en el faro de Igueldo, del que su padre era torrero, fue un enamorado del Cantábrico, el mar que contemplaba todos los días, lo mismo cuando la calma lo dominaba que cuando el temporal embravecía sus olas.
Sobre este mar tan nuestro escribió muchas páginas y una de ellas, la que nos describe las regatas de traineras de San Sebastián, es la que traigo hoy a esta columna.
Escribía Salaverría en 1916: -En las regatas de traineras, los luchadores son hombres ingenuos, verdaderos, auténticos hombres. Quiero decir que sus cuerpos y sus almas están en contacto con la Naturaleza; son pescadores de oficio y de raza, sienten el mar y su vida toda transcurre sobre el mar; y los triunfos y las derrotas imprimen en sus almas una huella profunda. Para ellos, el fracaso es como un aplanamiento insuperable; la victoria es su frenesí, un delirio y una explosión de todas las vanidades y potencias emotivas.
Desde el muelle asiste el pueblo a la lucha; las mujeres y los niños presencian el torneo y siguen con trémulo afán sus incidencias. Los deudos animan a los remeros. Se oyen gritos de aliento, a veces ultrajes para los patronos o los adversarios. No de otra manera, en los cantos de Homero, los soldados pelean largamente bajo la muralla, mientras las mujeres vociferan en el vano de las almenas. Y luego, cuando la regata concluye, los aplausos atruenan el muelle, suena la música y la trainera vencedora embiste con brío entusiasta la boca de la dársena, verdadera expresión del goce dionisíaco, máxima dicha del triunfo.
Luego se refiere Salaverría al la famosa regata contra Ondarroa, con el mar lleno de vapores y barcazas, lleno de curiosos; los bilbainos arrojaban a la liza todo el peso de su dinero, con una vehemencia verdaderamente yanqui. La emoción y el anhelo de los partidarios, superaba a cuanto puede imaginarse.
Se trabó la regata y pronto se vio que los marinos de Ondárroa representaban la fuerza indocta de la Naturaleza, en tanto que los pescadores de San Sebastián asumían la representación de la inteligencia. Eran como dos pugilistas: instinto beocio el uno, canto ático el otro.
Los remeros de Ondarroa. impacientes por vencer y confiando en sus fuerzas físicas, malgastaban su vigor y apenas hundian los remos en el agua: al contrario, los remeros de San Sebastián operaban con economia, con disciplina, y haciendo más lentas sus paladas, hundían más dentro del agua los remos, y, sin apresurarse, llegaron los primeros a la meta”
10.09.1996 KOXKAS - R.M.
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