miércoles, 20 de marzo de 2013

SANTO TOMÁS DE AYER


En el almanaque donostiarra el día de Santo Tomás era una de las fiestas más características. Todos los cronistas la describieron con su mejor prosa. Voy a recoger aquí algunos párrafos de lo que hace un siglo escribió Siro de Alcain refiriéndose a los años 1850 a 1860.
Era un día maravilloso. Para los chicos que soñaban con los aguinaldos. Para los papás, propietaríos rurales,pensando en las rentas que habían de traerles los inquilinos más formales, con el aditamento de los capones. Para los caseros, saboreando la mejor comida del año en casa de los amos, aunque con el pesar de llevarles las bien guardadas y oxidadas monedas y la pareja de capones, que procuraban fuesen los más flacos, reservando los más gordos para la venta.
Para las doncellas y maritornes, calculando los fondos que reunirían con las propinas de los amos y en la conducción de capones de regalo, capones que andaban de Herodes a Pilatos, contándose el caso de un par que cambió siete domicilios. Histórico: regalaron un par de capones a una familia; esta dispuso mandárselos a otra y así, sucesivamente, quedaron cumplidas siete familias, con la particularidad que terminaron sus excursiones volviendo al punto de partida, recibiéndolos el primer generoso remitente mermados de carne, descoyuntados y hambrientos. Para los dueños de locales de quincalla, fieles depositarios de propinas y aguinaldos, pensando en hacer su agosto.
La plaza de la Constitución era el centro de la feria y allí se exhibían objetos de ferretería, telas, loza, chucherías para niños abundando los capones cuyo precio era de seis a siete pesetas el par. Se vendían los «chilivitus» adornados de cintas de colores.En las ambulantes cocinas chisporroteaban las longanizas y en otras se asaban castañas.
Eran famosas las castañera «Gorra», que también vendía lampernas, carraquelas, lapas y otros mariscos, la señorita Teresa Boba, vendedora ambulante de los pasteles de la «Rubia»; Josefa Arruca y Maenzo, corredoras de prendería...
A las 12, la mayoría de los caseros iba a casa de sus amos a comer un menú que generalmente se componía de sopa, puchero, guisado y besugo asado, queso, castañas, vino y sidra, café y aguardiente. Con el casero venía toda su familia, resultando que el propietario de ,cuatro o cinco caseríos tenía que preparar un banquete para veinte o veinticinco asistentes. Presidía la comida el más antiguo, quien tras rezar el Padre Nuestro daba la bendición-. Terminado el «gaudeamus», las caseras recogían las cestas en las que no faltaba la libra de chocolate y el bacalao.

SANTO TOMÁS

La fiesta de Santo Tomás es probablem:ente la que los donostiarras consideran mas entrañable, más koskera, la que llevan más en su corazón.
Es la feria que abre las Navidades en nuestro pueblo, la que ha hecho correr más tinta, pues no ha habido cronista que no haya escrito sobre la misma, sobre la invasión de la ciudad por el campo, sobre el aguinaldo que los amos daban a los caseros que venían a entregar las rentas, sobre la chistorra que llenaba de apetitosos olores las calles de la Parte Vieja, sobre la quincalla que se vedía en la plaza...
Y los cronistas recordaban con nostalgia cómo era aquel día en sus años de mozuelos y evocaban nombres que para ellos, vistos con la lejanía de los años, resultaban entrañables. 
Uno de estos cronistas, Alfredo Laffitte, evocaba en 1924 el día de Santo Tomás de cuarenta años atrás.
Y dijérase que para escribir la crónica de la que vóy a reproducir algunos párrafos, mojó la pluma que no en tinta sino en lágrimas nostálgicas.
Decía que era lo único tradicional que quedaba, y agregaba;
'"Yo echo muy de menos todo aquello que le daba carácter. La falta de Bautista el calderero que ofrecía sus vasijas de cobre reluciente, en las que se miraba uno como en un espejo; la del armero que con sus escopetas de pistón apuntando al cielo convencía a los «casheros» para que le comprasen; al que vendía aperos de labranza, yugos para los bueyes y una partida de "acullus" con punta «chorrotza»; los consabidos «chilibitus» de cristal con «coskarabillos» y una flor artificial al extremo... 
Y "Gorra" la castañera vieja y sorda que proveía de lampernas, lapas, muscullus y carraquelas; y los cronistas «koskeros» Serafín Baroja y Marcelino Soroa...
Y la feria, que se celebraba en la plaza de la Constitución, se prolongaba por las calles de la Parte Vieja.
Y muy cerca abría sús puertas la pastelería de la Rubia, las tiendas de quincallas y juguetería de Bolla, Campión y Ayani, y se vendían los chocolates de Iribas, los cigarrillos de Angel Louville, las copitas de marrasquino de la casa de Gros.
No faltaban en la evocación las funciones de. teatro euskerico que aquel día se celebraban en el Principal y la actuación dé los bersolaris.
Todo esto está escrito hace setenta años: Ya no les gustaba como era la feria en 1924.
Los que escribimos ahora podríamós evocar también con nostalgia la feria que vivimos en nuestra infancia, cuando «lloraban» las plumas de los cronistas de entonces.


KOXKAS - R.M. - DV - 21 / 12 / 1994

RECUERDOS DE UN DÍA ENTRAÑABLE

Santo Tomás es uno de los días más entrañables para los donostiarras. Los recuerdos de aquella fecha, que arrancan de cuando se va dejando la infancia para pasar a la pubertad, no se borran nunca de la memoria.
Un hombre mayor contaba en 1884 en el periódico «El Eco de San Sebastián» como era la feria en los años treinta para los muquizus de entonces.
Empezaba para ellos el día muy temprano. «Asistíamos (chupándonos los dedos de frío) a la misa de cinco, lo cual no impedía que una vez terminada ésta, nos trasladáramos a los arcos de la plaza y en
unión de algunas Dulcineas de trastienda que después del acto religioso se desprendían de sus mantillas, formáramos un animado paseo en medio de la mayor oscuridad, lo que daba lugar a continuos encuentros, «chilipurdis» y accesorios, y traíamos la del alba fumándonos media cigarrería de Angelito mientras veíamos aparecer lentamente la luz del día».
En los huecos de los arcos se iban colocando mesas y sobre ellas ponían calderos, sar tenes, tamboriles, tambores, panderetas, silbatos,. muñecas, arcas de Noé, no faltando los cencerros, pieles, cadenas, melenas, todo el «attrezo»del ganado vacuno. 

Contaba el viejo donostiarra como ya a las 8 de la mañana había algunos baserritarras examinando una escopeta, apuntando a todas partes y disputándose el turno para probárla detenidamente.
«Es un puesto muy concurrido. Volved a las cuatro de la tarde y encontraréis la gente en la misma actitud. Ya oscurece. Ya se retira el vendedor. Y aquella misma escopeta, que tantas veces ha cambiado de mano durante el día, es recogida por su dueño para sacarla nuevamente a la venta el próximo Santo Tomás. Y asímismo se ha exhibido en otra docena de Santo Tomás».
Por los arcos, el obligado paseo, no faltando las bellas donostiarras. Si llovía, que suele ser casi todos los años, el paso por los arcos se hacía intransitable.
Había un auténticó torbellino de empujones,borrascas, gritos estridentes y risas estentoreas.
«La noche amenaza con su negro manto. El reinado del tradicional embutido cesa. ¡Un día de imperio y aquel tan corto! El más corto del año y en general poco favorecido por el tiempo ¡Pobre plaza!
Cuando recordamos las deliciosas horas que en tu regazo hemos pasado, acongójase nuestro pecho al verte tan desamparada» .

QUEJAS

CUALQUIER motivo es bueno para protestar. Y eso sucede hoy y sucedió el siglo pasado y sucederá en el venidero.
En un periódico de septiembre de 1884 leo entre adjetivos elogiosos, la consabida protesta. Copio el suelto: «Si San Sebastián es ahora deliciosa residencia de verano, desea ser también lo que se llama "una estación de invierno'. Condiciones y circunstancias posee para no calificar semejante aspiración de exorbitante. Su clima no es menos suave y blando que el de Niza, siendo muy superior al de Pau y otras localidades a donde viene desde noviembre a marzo gran número de ingleses y de rusos. 
Cuando la ciudad termine el soberbio Casino que construye en el extremo del Boulevard; cuando se concluyan las grandes obras emprendidas en la Zurriola; por último, cuando perfeccione su sistema de alojamiento, que hoy deja todavía mucho que desear, entonces es casi seguro que obtendrá lo que ambiciona. Es menester para ello que los hoteles principien por adoptar otra marcha; que no sigan la costumbre española de hacer pagar cuarto, almuerzo y comida juntamente, introduciendo la que existe en toda Europa, con la excepción única de nuestro país, de no obligar al viajero a satisfacer sino lo que consume.
Es indispensable además, que las patronas se persuadan de que su interés consiste en moderar sus pretensiones y en ser afables y condescendientes con cuantos les honran y favorecen. Entonces los atractivos presentes y futuros, traerán sin duda alguna multitud de extranjeros opulentos a pasar los meses rigurosos del invierno en San Sebastián» .En el mismo periódico y en el mismo día, quejas contra el servicio de ferrocarriles. Las duras críticas iban a «las aglomeraciones de personas en departamentos estrechos, a los grandes retrasos en el recibo de mercancías, a las pérdidas de baúles que en vez de llegar con su dueño a esta ciudad, van por obra y gracia de la empresa a Logroño o Pamplona o Santander, que de todos se dan casos...» (En esto último con los años no se ha mejorado.Siempre recuerdo aquella definición de progreso que hacía el gran periodista Alfonso Sánchez, que era: Cuando tu avión está aterrizando en El Cairo, tu maleta llega a Buenos Aires).
Se lamentaba el periódico de los retrasos de los trenes «sin que la Compañía tenga presente los perjuicios que puede irrogar». .
Muchas de aquellas quejas podían elevarse hoy 'a quien corresponda'. Las maletas se siguen perdiendo, los restrasos continúan produciéndose y las molestias son, incluso, mayores.

SANTA CATALINA

LA de Santa Catalina era una fecha clásica en San Sebastián. En ese día nuestros pescadores daban principio a las faenas de la pesca del besugo.
En el paseo de los Fueros, frente al Urumea, existió la iglesia de Santa Catalina y en ella el 25 de noviembre nuestros pescadores se reunían para dar principio a la pesca de cetáceos. Pero volvamos la vista atrás. Allí, en aquella iglesia, a finales del siglo XIV asistía a la religiosa función toda la marinería que «cumpliendo piadoso voto hállase descalza, la rodilla derecha que sólo a Dios doblega el vascongado -escribió hace más de un siglo Mendiz Mendi-, tiene hincada aquella gente durante toda la misa; no se siente más que el murmullo de las plegarias que salen de los pechos de los pescadores. 
De entre aquel grandioso grupo sobresale la figura de uno de ellos: es la del capitán, tipo arrogante y varonil; su fervor es puro, sincero, pues la mirada tiene clavada en los pies del altar; ese hombre reza con el pensamiento y ruega con el corazón...
El capitán se persigna, levantándose y con el paso muy quedo, con las manos puestas sobre el pecho y también descalzo, se arrodilla en las gradas del altar, besa el suelo y recibe la comu nión de manos del celebrante; sigue toda su marinería, llena de fe, puñado de hombres fornidos, curtidos a la fuerza de los elementos, en cuyos corazones no cabe más miedo que el temor y el resto debidos a Dios; intrépidos marinos que en frágiles bajeles van a lanzarse a mares desconocidos, quizás para no volver más, pero que nada les arredra...
Acaba de partir la flota, es la armada del insigne don Juan de Echaide, célebre navegante donostiarra que al cabo de los tres años arribó a su pueblo, descubriendo los bancos de Terranova, habiendo bautizado a uno de sus embarcaderos con el nombre Echaide-Portu.
Habiendo sido derribada la parroquia de Santa Catalina por orden del brigadier don Alejandro de la Mota para la defensa de la plaza cuando el sitio de 1719 por los franceses al mando del duque de Berwick, la cofradía de mareantes se trasladó a Santa Máría y en la fiesta de Santa Catalina la población acudía en masa, celebrando los oficios en el altar llamado de la Comunión, en donde se venera la imagen de Santa Catalina.
Aquellas expediciones que comenzaban el día de Santa Catalina, quedaron reducidas a la pesca del besugo. «Era ley antigua en San Sebastián ceder la lengua de las ballenas a la cofradía de San Pedro: hoy después de la campaña besuguera nuestros pescadores acuden a los santuarios que por tradición legaron tan solemne costumbre y piadoso fin...»

UN DÍA INOLVIDABLE

LA ceremonia de la primera comunión encierra siempre un encanto que unido al fervor religioso de quienes se acercan al Señor por vez primera en su vida, deja un recuerdo imborrable y para siempre y no sólo entre los pequeñuelos, sino también entre sus padres y familiares.
Ahora se celebra sólo en las parroquias, pero hace ochenta años tenia lugar también en los colegios y en las capillas. La que se celebró el domingo 2 de abril de 1918 en el Colegio de los Marianistas de Aldapeta tuvo especial eco en los periódicos locales. Escribía 'El pueblo Vasco': «Treinta niños, verdaderos ángeles por su candor e inocencia, acercáronse por vez primera a recibir en sus pechos a Jesús Sacramentado, con un corazón sano, sin mezcla de egoismos ni de ambiciones y ofreciendo a nuestra vista uno de esos espectáculos, ante el que por su grandiosidad parecíamos ver horizontes sonrosados en un porvenir muy próximo».
En una galería contigua a la capilla y organizose la procesión. La Cruz y el estandarte del colegio precedían a dos largas filas de monaguillos, seguían los niños que hicieron la primera comunión el año antes y a continuación, llevando cirios encendidos artísticamente engalanados, iban los primeros comulgantes, seguidos del director del colegio y el capellán.

Empezó el acto interpretando al órgano el 'Laudate Dominum', de Gounod. A continuación el oficiante dirigió la palabra a los asistentes. En un momento determinado, los niños abandonaron sus puestos para ir a donde estaban sus padres que con el ósculo les otorgaban el perdón.
Luego la misa, y en el momento de recibir los primeros comulgantes el Pan de los Angeles, el coro entonó el 'Anima Christi'. Voy a publicar los nombres de los comulgantes. Tal vez alguno viva hoy, con 87 años, y habrá hijos y nietos que lean aquí sus nombres, éstos: Manuel Aguirrebengoa, Alejandro Guerrero, José María Rezola, Bernardino Jaureguialzo, Manuel Barriola, José Acordagoitia, Juan Múgica, Nicolás de Mendiburu, Javier Villar, Rafael Franco, Agustín Ansa, Avelino Sobron, José J. Olaizola, Eduardo Zulaica, Javier Noain, José Zapirain, Vicente Ferraz, José María Lojendio, Eduardo de Quevedo, Jesús Aristizabal, Luis Villar, Juan Urcola, Roldán Moh, Jorge Ibarrondo, Manuel Mendizabal, Benigno Soto, José Soto, José Ugalde, Ignacio Galdos, Manuel Casadevante, Gabriel Cruz, José Cantonet y Angel Ibáñez.
En la tarde se celebró el acto de las promesas del Bautismo cantándose al final la Salve y el Tantum Ergo de Palestrina.


KOXKAS - R.M. - DV - 02 / 04 /1998

UN DÍA TRISTE DE DICIEMBRE DE 1688

FUE aquel 7 de diciembre de 1688 un día triste en San Sebastián. Sobre las dos de la tarde comenzó a levantarse un viento huracanado, se encapotó de nubes el cielo, alborotóse el mar. Creció a las 3 de la tarde la marea, subía ei golpe de las olas a tanta altura que excedió a los muros de la ciudad que miraban al muelle, entrando el agua dentro de ella por la parte que llamaban el Ingente. Sobre las cuatro comenzó a descargar con horrible estrépito infinidad de rayos y centellas. Cayó un rayo en el castillo de Urgull, prendió la pólvora del almacén en el que había unos 780 quintales, produdéndose tan horrible estrépito que a toda la ciudad alcanzó la conmoción.
Los que se encontraban fuera de sus casas pensaron que en ella sería el siniestro; los que estaban en los templos ál amparo de sus espesos muros, temieron que se arruinaran al sentir la fuerte conmoción y llenos de pavor buscaban la salida huyendo de un peligro que creían cierto, para caer en otro, pues las piedras, tablas, tejas y materiales del Cástillo volaron por los aires a causa de la explosión, cayendo en los tejados, calles y plazas de la ciudad.

En todos los edificios se desencajaron las puertas y ventanas, rompiendo los cristales, cayendo tabiques y paredes, saliendo los vecinos despavoridos de sus viviendas para huir de un peligro y caer en otro. Los que estaban en los templos huian y los que se encontraban en las calles pugnaban por entrar en ellos.
Los destrozos, daños y desgracias causados por aquel suceso fueron muchos. Parecieron diez soldados que estaban de guardia en el castillo, cuyos miembros volaron entre los .escombros y fueron hallados al día siguiente en distintos puntos de la ciudad; quedaron sepultados entre las ruinas del castillo dos presos que en él había; un pintor que trabajaba en su taller fue muerto por una piedra que le alcanzó; un obrero que se hallaba en el muelle murió por un golpe de proyectil; un niño quedó aplastado bajo una chimenea que se derrumbó; multitud de personas fueron heridas por la lluvia de materiales que cayó por toda la ciudad; los tejados de muchos edificios quedaron destrozados y tanto en las iglesias como en muchas casas entraba el agua en abundancia, pues el temporal de lluvias continuó varios días.
Aquel aciago día 7 de diciembrede 1688 quedó grabado en la memoria de todos los que fueron testigos de la explosión del polvorín del Castillo.
Y cada aniversario lo recordaban con tristeza acudiendo a las iglesias a rezar por los que ya no estaban con ellos.


KOXKAS - R.M. - DV - 07 / 12 / 2001

UN HÉROE DEL MAR

Desde una pared del muelle donostiarra, un busto dijérase que preside el movimiento de barcos, traineras y lanchones. Es el busto de José María Zubía, Mari, figura legendaria que entregó su vida al mar para salvar a unos pescadores de un naufragio.
La vida del héroe dijérase que empezó en el mar y terminó en el mar . Nacido en Zumaya en 1809, hijo de humildes pescadores, empezó su vida como pescador. A los veinte años se matriculó como simple marinero en la carrera de las Américas. Varias vecs atravesó el Atlántico, pero quedó defraudado de la legendaria fábula de las Indias, volviendo a su tierra y en San Sebastián se establece como patrón de pesca. Propietario de una lancha, sale al mar, a trabajar en su mundo, en la pesca.Uno de sus biógrafos dice de él que es algo más que un simple pescador. "Lleva dentro de sí como una fuerza atávica que le induce y le lanza al auxilio de sus semejantes en trance de naufragio. Es su vocación, esa vocación que nadie suele saber de dónde viene ni a dónde va a llevar. nada ni nadie le obligan al sacrificio por sus semejantes; pero cada vez que la ocasión se presenta, él es el primero en personarse ante el comandante de marina del puerto donostiarra, ¡pidiéndole permiso para realizar un acto heróico!".Una de estas acciones de salvamento se dio el 13 de julio de 1861. Una lancha , la San José, con siete tripulantes está a punto de naufragar. El mar está embravecido, pero a Mari eso nada le importa. La San José es zarandeada por las olas contra las rompientes. Medio San Sebastián acude a la Zurriola a ver aquel episodio marinero. Y allí va nuestro héroe a ayudar a aquelos pescadores. Cuatro perecen, siendo salvados sus tres compañeros.Pocos días después, en el Teatro Principal, se celebra una función a beneficio de las familias de los náufragos y en homenaje a Mari y a sus compañeros. En un palco, entre autoridades y encopetados personajes, se halla Mari, que al final del espectáculo fue a ofrendar a la actriz Teodora Lamadrid la corona que sus admiradores le dedicaban. Mari avanza en el escenario, en una mano la boina y en la otra la corona. Se acerca a la actriz y la dice : "Esto me han dado para ti". Y la actriz le contesta : "Para mí, no, para tí", y le coloca la corona en la cabeza.Cinco años después, el 9 de enero de 1866, el mar embravecido jugaba con una lancha. Y a ayudar a sus tripulantes salió del puerto Mari. Pero el mar pudo más que él. No volvió a puerto. El heroico marinero sucumbió "en el ejercicio de su heroísmo, movido por el amor a sus semejantes y por un religioso y místico concepto del sacrificio".


KOXKAS - R.M. - DV - 09 / 01 / 2001

TERMINA EL SITIO

Aquel día, 31 de agosto de 1813,el cielo estaba triste, cubierto de nubes con una niebla tan densa que no se distinguía nada a cierta distancia hasta las 8 de la mañana que comenzó el formidable cañonazo.

A las 11 de la mañana salió de las trincheras de la izquierda la brigada Robinson, pero los franceses dieron fuego a la mina estratégicamente colocada, pereciendo el sargento y los doce soldados que habían salido los primeros de la trinchera y treinta más de la columna que les siguieron. Cincuenta piezas de artillería ayudaban a los asaltantes.De pronto y de forma repentina se oyó una tremenda explosión. Un proyectil inglés había dado fuego a varios barriles de pólvora, a las bombas y las granadas y a cuantas materias inflamables tenían los franceses tras de la brecha para lanzarlas sobre los atacantes. El humo privó a los beligerantes de toda visión.

Al desvanecerse, se presentó ante los ojos un cuadro espantoso. Trescientos franceses que defendían la brecha habían desaparecido lanzados por el aire, y el camino formado por las ruinas se les ofrecía desembarazado a los ingleses para tomar la ciudad. Los ingleses eran dueños de la principal brecha,los portugueses de la pequeña y los del frente, del hornabeque. Tres puntos estratégicos.

Escasa defensa ofrecieron las barricadas y obstáculos interiores y antes de llegar al reducto de Santa Teresa, convertido en primera defensa, cogieron prisioneros a cerca de setecientos franceses. Lo que sucedió después, la pluma se resiste a describirlo. "Pareció ser aquello -escribió el historiador inglés Napier- la señal dada por el infierno para la perpetración de atrocidades que hubieran cubierto de vergüenza a los pueblos más bárbaros de la antigüedad".

La ciudad ardió. De las 600 casas que tenía San Sebastián, sólo cerca de cuarenta se libraron del fuego. Antigüedades, valiosas memorias, caudales, mercaderías, papeles de los archivos del Consulado y del Ayuntamiento, todo lo destruyó el voraz elemento. Más de 1.500 familias quedaron en la miseria.

A los sitiadores les resultó cara la victoria. Más de 500 muertos y 1.500 heridos tuvieron en este segundo sitio.
Encerrados en el Castillo, los franceses se rindieron el 9 de septiembre. Eran 57 oficiales y 1.244 individuos de tropa. Quedaron en los hospitales 23 de los primeros y 512 de los segundos.

Fue izada en el Macho la bandera española saludada con 21 cañonazos, anunciando de una vez por todas el final de un sitio que había durado más de dos meses. Sesnta y tres días exactamente.

Al desvanecerse, se presentó ante los ojos un cuadro espantoso. Trescientos franceses que defendían la brecha habían desaparecido lanzados por el aire, y el camino formado por las ruinas se les ofrecía desembarazado a los ingleses para tomar la ciudad. Los ingleses eran dueños de la principal brecha,los portugueses de la pequeña y los del frente, del hornabeque. Tres puntos estratégicos.
Escasa defensa ofrecieron las barricadas y obstáculos interiores y antes de llegar al reducto de Santa Teresa, convertido en primera defensa, cogieron prisioneros a cerca de setecientos franceses. Lo que sucedió después, la pluma se resiste a describirlo. "Pareció ser aquello -escribió el historiador inglés Napier- la señal dada por el infierno para la perpetración de atrocidades que hubieran cubierto de vergüenza a los pueblos más bárbaros de la antigüedad".
La ciudad ardió. De las 600 casas que tenía San Sebastián, sólo cerca de cuarenta se libraron del fuego. Antigüedades, valiosas memorias, caudales, mercaderías, papeles de los archivos del Consulado y del Ayuntamiento, todo lo destruyó el voraz elemento. Más de 1.500 familias quedaron en la miseria.
A los sitiadores les resultó cara la victoria. Más de 500 muertos y 1.500 heridos tuvieron en este segundo sitio.Encerrados en el Castillo, los franceses se rindieron el 9 de septiembre. Eran 57 oficiales y 1.244 individuos de tropa. Quedaron en los hospitales 23 de los primeros y 512 de los segundos.
Fue izada en el Macho la bandera española saludada con 21 cañonazos, anunciando de una vez por todas el final de un sitio que había durado más de dos meses. Sesnta y tres días exactamente.Al desvanecerse, se presentó ante los ojos un cuadro espantoso. Trescientos franceses que defendían la brecha habían desaparecido lanzados por el aire, y el camino formado por las ruinas se les ofrecía desembarazado a los ingleses para tomar la ciudad. Los ingleses eran dueños de la principal brecha,los portugueses de la pequeña y los del frente, del hornabeque. Tres puntos estratégicos.Escasa defensa ofrecieron las barricadas y obstáculos interiores y antes de llegar al reducto de Santa Teresa, convertido en primera defensa, cogieron prisioneros a cerca de setecientos franceses. Lo que sucedió después, la pluma se resiste a describirlo. "Pareció ser aquello -escribió el historiador inglés Napier- la señal dada por el infierno para la perpetración de atrocidades que hubieran cubierto de vergüenza a los pueblos más bárbaros de la antigüedad".La ciudad ardió. De las 600 casas que tenía San Sebastián, sólo cerca de cuarenta se libraron del fuego. Antigüedades, valiosas memorias, caudales, mercaderías, papeles de los archivos del Consulado y del Ayuntamiento, todo lo destruyó el voraz elemento. Más de 1.500 familias quedaron en la miseria.A los sitiadores les resultó cara la victoria. Más de 500 muertos y 1.500 heridos tuvieron en este segundo sitio.Encerrados en el Castillo, los franceses se rindieron el 9 de septiembre. Eran 57 oficiales y 1.244 individuos de tropa. Quedaron en los hospitales 23 de los primeros y 512 de los segundos.Fue izada en el Macho la bandera española saludada con 21 cañonazos, anunciando de una vez por todas el final de un sitio que había durado más de dos meses. Sesnta y tres días exactamente.

LA BATELERA DE PASAJES

Pertenecen ya a la leyenda. fueron simbolo de la mujer pescadora guipuzcoana, nacida en la costa, mecida su cuna por las olas del Cantabrico, fuerte y con caracter, con unos brazos de hierro que impulsaban a golpe de remo la barca en la que transportaba a los que querian ir de San Pedro a San Juan o de San Juan a San Pedro, o los que tenian a Ancho como puerto de salida o de llegada.
Impresionaron de tal modo a Felipe IV, que las llevo a Madrid para que alli lucieran su fortaleza cantabrica y su habilidad remera ante la Corte.La estampa es de ayer. Llenaban con sus gritos el muelle."¿Quieren ... ustedes ... pasar? ¡Una barca, caballero!¡Eh! Mademoiselle, voulez-vous faire une promenade? Mosiu, ¡aqui, aqui! Venga Vd. conmigo que enseguida vamos".Estan charlando en grupo y en cuanto veian a un posible viajero, veloces, como enjambre de laboriosas abejas que vislumbrasen una perfumada flor y se abalanzaban sobre ella para libar las esencias con que elaborar el delicado fruto, se lanzaban sobre el sonriente, chapurreando idiomas y convencian al que habia puesto el pie en Pasajes para hacer la travesia en uno de los botecillos que constituian su hacienda.Agustin Seco pintaba hace un siglo la estampa unica de las bateleras de Pasajes."Mire Vd." -le dicen al reacio a caer en las redes que tienen siempre preparadas- "le llevare a Vd. a San Juan y vera Vd. las manufacturas de aquel pueblo, y a una santa que dicen la mato su padre porque era buena y cristiana y socorria a los pobres.O si no, ira Vd. a San Pedro y vera Vd. "la torre" y al cura de piedra que en las montañas lee a todas horas los divinos preceptos, y vera Vd. los destrozos que en las rocas hicieron las balas de Napoleon cuando dicen que queria que fuese rey de España uno que se llamaba "Pepe". En fin, señorito, y otras cosas mas de que ahora no me acuerdo, que le contare a Vd. cuando estemos en el canal".Convencido el "pececillo", charla al compas de los remos que mueve y al llegar al canal narra cuantos sucesos desgraciados alli ocurrieron."Mire Vd., en aquella rinconada se hundio para siempre un vapor muy grande que se llamaba "Jovellanos" y mas alla otro que se llamaba ..."El viajero, que ha empezado a notar el movimiento de las aguas, manda volver a tierra y renuncia a ver al cura catequista y a los balazos de Napoleon.¡ Batelera unica, prototipo de la mujer pescadora!

lunes, 18 de marzo de 2013

COMIENZA EL SITIO

Hallabase San Sebastián en poder de los franceses desde 1808. Las fortificaciones de la plaza, que debiéronse en su comienzo a Sancho el Fuerte, de Navarra, fueron modificándose con los adelantos de las épocas de los Austrias y los Borbones, teniendo la ciudad un reconocido valor militar.

Formaba la ciudad un cuadrilátero rodeado de viejas y modernas murallas. Las del lado occidental eran bañadas en su pie por las aguas de La Concha; por el Oriente se asentaban sobre la margen izquierda del Urumea; en el lado sur constituían las murallas un recinto de unos 350 metros defendido por un robusto hornabeque, alzándose en medio y detrás el llamado Cubo Imperial que lo flanqueaba por donde se entraba en la ciudad , y en los extremos daban el flanqueo dos medios baluartes llamados de San Felipe y Santiago, obras débiles pero reforzadas por un hornabeque más robusto que ayudaba poderosamente a su defensa. Por el Norte no eran menester obras de ninguna clase, pues bañaba el mar el pie de Urgull y el de su fortaleza, el castillo de La Mota, levantado en un inmenso peñón de planta elíptica de 600 metros de longitud por 400 de anchura en sus ejes y de alturas de 120 metros. Uniendo el frente de tierra con la muralla del Urumea había un trozo a manera de chaflán flanqueado por dos Cubos llamados de los Hornos y de Amézqueta, que con la batería de San Telmo dificultaban el ataque por ese lado.

La guarnición se componía de 3.500 hombres de infantería y escaso número de artilleros para servir 76 piezas de artillería. Se distribuyó esta fuerza, mandando un batallón a la altura de San Bartolomé, a la cabeza del puente de Santa Catalina ........ 40 hombres y otros 25 a la isla de Santa Clara.

A los pocos ingenieros que había se agregaron 300 infantes, que trabajaron en las obras de defensa que se iniciaron en el barrio de San Martin.

Comenzaron los ataques de los sitiadores, que mandaba el general Wellington, el 17 de agosto y el 24 y 25 los sitiados causaron al ejército anglo-portugués cuantiosas bajas: cinco oficiales de ingenieros, 44 de infantería y 520 individuos de tropa fueron muertos, heridos o prisioneros.

A presencia de Wellington comenzó el día 26 el fuego con una salva de 57 bocas de fuego. Los cubos de Amézqueta y de los Hornos fueron destruidos. En la noche del 26 al 27 fueron echados los franceses de la isla de Santa Clara, instalando allí los sitiadores una batería para disparar sobre el Castillo.

La situación se hacía insostenible. Todo eran ruinas y muerte en la plaza. Y llegamos al 30 de agosto según veremos mañana.

CICLISMO EN EL VELÓDROMO

San Sebastián fue una de la primeras, si no la primera, ciudades de España que tuvo un velódromo. Y al escribir de aquel primer velódromo que estaba en el paseo de Atocha, hoy del Duque de Mandas, hay que traer aquí los nombres de Gervais y Comet, pues gracias a ellos, principalmente, se construyó aquel centro deportivo donde el recién nacido ciclismo pedaleaba y competía en diferentes pruebas.

El velódromo anunciaba con frecuencia carreras ciclistas, y la gente acudía para presenciar el esfuerzo de aquellos deportistas. Yo voy a traer aquí la reseña de una reunión que tuvo lugar el domingo 7 de diciembre de 1902, a las tres de la tarde, siendo el precio de la entrada 50 céntimos, destinándose lo obtenido, después de cubiertos los gastos, a la Casa de Misericordia.

Empezó el espectáculo con un enfrentamiento entre el famoso caballo Brillante, montado por el jockeyGarcía, y el campeón de velocipedismo guipuzcoano Joaquín Mur, que corrió en la bicicleta sistema Peugeot de cuatro metros de multiplicación. El recorrido fue de ocho vueltas al velódromo, con un total de 3.600 metros. La carrera fue muy interesante. El caballo, con su jinete, salió a buen paso primero y después al galope, por la pista interior. El ciclista hizo la carrera por la pista exterior, llevando un entrenador.

Después de luchar ambos corredores, obtuvo la victoria el caballero, que hizo el recorrido en 6 minutos 40 segundos, siendo el tiempo invertido por el ciclista de 6 minutos 45 segundos.

La segunda prueba consistió en un enfrentamiento entre cuatro andarines guipuzcoanos y el famoso ciclista Ignacio Esteban, con máquina extrapista de siete metros de multiplicación. La pista exterior, que era la que tenía que recorrer el ciclista, se hallaba cerrada en sus lados opuestos por medio de una valla. La interior estaba dividida en cuatro cuadrantes, en cada uno de los cuales se colocó uno de los andarines.
Salieron de un mismo sitio, coincidiendo, respectivamente, con la pista correspondiente que cada uno debía ocupar.. El ciclista, al llegar a la valla, pasaba la máquina por encima de aquélla, volvía a montar y hacía el recorrido de esa forma hasta , llegar a la otra valla.

Enseguida se vio que la desventaja del ciclista era grande. El andarín salía del primer cuadrante, y .al llegar al segundo, entregaba una varilla al que le esperaba y salía el que la recogía, quedándose allí el recién llegado.
El recorrido de seis vueltas al velódromo, equivalente a 2.700 metros, lo hicieron los andarines en 6 minutos 45 segundos y el ciclista empleó 7 minutos exactos.

CARNAVALES

Los carnavales de 1923 estuvieron pasados por agua, por lo que las fiestas callejeras se deslucieron. Un cronista local, Alberto Pedrosa escribía en «La Voz de Guipúzcoa» del 13 de febrero, martes de Carnaval: «La desanimación ha sido grande, pareciendo en algunos momentos que no se celebraban los Carnavales y que nos hallábamos en un día de fiesta ordinario, en uno de tantos domingos como tiene el año. Por otra parte, los disfraces han sido escasísimos y se han concretado en su mayoría a los niños, prueba evidente de que el Carnaval es una de la fiestas decadentes que está llamada a desaparecer, lo cual demostraría cultura y buen gusto». Pese a este pronóstico o vaticinio, setenta años después el Carnaval sigue. Pero vayamos con el de 1923.

El domingo de Carnaval salió a la calle la comparsa de caldereros, de la Euskal Billera, la sociedad koskera que más festejos organizaba. La componían cerca de un centenar de húngaros ataviados con sus trajes típicos que llevaban sus caballerías, carros y algunos hasta un mono. La pintoresca "troupe" recorrio las principales calles de la ciudad cantando las populares canciones a las que el maestro Sarriegui había puesto musica. Les importó poco a aquellos gitanos de «la Hungría» que lloviese, pues estuvieron paseando por las calles hasta la noche.

Los otros festejos callejeros fueron un aurresku infantil en la plaza de la Constitución y la «trikitixa» en el Boulevard. Los bailes tuvieron que hacerse en el kiosko de la música, debido a la amenaza de lluvia. Por la noche hubo zezenzusko en la plaza de la Constitución.

El martes mejoró el tiempo y por la tarde cerró el comercio, con lo que las calles estuvieron animadas. Hubo en la Plaza de la Constitución un concurso de baile p6r parejas y un aurresku infantil. La Euskal Billera sacó una carroza-trono y los del Umore Ona otra, que era una sidrería con un gran tonel, cocina para freír sardinas y mesas para jugar al mus al calor de la fogata. " Hubo concurso de espatadanza y makildanza, presentando los alumnos de la Escuela de Declamación una comparsa de «sorgiñas». Aquel martes se terminó con una retreta organizada por la Euskal Billera y con el entierro de la sardina. Pero si en las calles no hubo muchos festejos, no pasó lo mismo en los locales cerrados. Hubo bailes en el Victoria Eugenia, en el Casino, en la Artesana, en el Círculo Mercantil, en el Kursaal, en la sociedad Beti Emen, una sociedad nueva sita en 31 de agosto núm. 15, en el teatro Colón, en el Racing Club...Y 
banquetes en el Casino Kursaal y diversas sociedades. ..."

CARNAVALES DE 1888

No fueron ni animados ni ejemplo de imaginación y buen gusto los carnavales de hace un siglo. El calendario, venía adelantado. y así el domingo de carnaval fue el 12 de febrero.

Abundaron los bailes de máscaras en lugares cerrados. En el Teatro Circo los hubo los días.2, 5, 12, 13, 14 y el domingo 19 que era Piñata. Los precios de caballero eran de tres pesetas, y éste tenía opción a cuatro billetes de señora. En la Sociedad Fraternal hubo baile de máscaras el jueves gordo, domingo, lunes y martes de carnaval. En el Casino, el lunes, pero no se admitió ningún disfraz «en vista de lo desanimadas que algunas familias se hallan por estar en la inteligencia de que este baile iba a ser de capuchones y dominós». El periódico «La Voz de Guipúzcoa» al reseñar el baile escribía: «Como estaba convenido, no hubo disfraces. Buen acuerdo, ciertamente, porque así la careta no nos privó ni un momento de admirar tantas caras hermosas. Pero si las damas se mostraron unánimes en eso, los varones anduvieron discordes en punto a vestido. Desde la americana al frac, todas las prendas estuvieron representadas». Las señoras mayores y los várones serios formaban respetable marco a las filas de las bellezas jóvenes y de los mancebos en aptitud de bailar, que ocupaban el centro del salón y las primeras filas de los asientos. A las 12 se sirvió el «buffet», que estaba bien surtido. Después vino el «clu» de la fiesta: el cotillón. Precioso de veras y muy completo, hizo honor a Guillermo Brunet que lo encargó y que Rosita 
Areizaga dirigiólo, muy a gusto de los bailarines, por tan linda directora gobernados. A las 3 concluyó la fiesta».

Pero ¿cómo fueron aparte de estos bailes aquellos Carnavales de 1888? Pobretones en general. Así lo decían los periódicos. El domingo, aunque nublado, la temperatura estuvo benigna y «a esto, que no al deseo de ver las contadas y zarrapastrosas máscaras que pasearon su tontería por el Boulevard, se debió que la afluencia fuese más grande a la hora del paseo. La banda municipal ejecutó bien varios bailables». Aquel día hubo bueyes corridos en la plaza de la Constitución, que repartieron los habituales coscorrones. El lunes, abundó la lluvia por lo que se suspendió el concierto del Boulevard. No faltaron los bueyes, que resultaron más bravos que los del día anterior. Y el martes, con frío y lluvia, lo que no fue obstáculo bastante poderoso a impedir «que por esas calles lucieran sus poco aseados, disfraces infinidad de mamarrachos que barbarizaban y coceaban como animales mayores». Por la tarde, hubo concierto en el Boulevard y bueyes por la mañana, y por la tarde, que fueron, bravos, sobre todo el quinto de la tarde que hubo que retirarlo antes de tiempo «por ser demasiado bravo».

De uno de los solares de la calle San Martín salió el martes por la tarde, la carroza del Fomento de las Artes y recorrió las calles de la ciudad nueva. Formaba la carroza una columna cuadrangular coronada por una estrella dorada con la palabra «Artes» en el centro. En la base, adornada con ramajes y banderas se sentaban unos niños representando las Artes y el Trabajo. Tiraban de la carroza cuatro caballos vistosamente enjaezados y la precedía la banda de la Unión y los socios del Fomento que repartían versos. Fue la única nota a destacar de aquellos carnavales que terminaron con un cecenzusco en la plaza 
de la Constitución.

CARNAVALES

Lo mas destacado de los Carnavales 1895 fueron dos bailes, uno el lunes 25 de febrero en el Club Cantabrico y otro al dia siguiente, baile infantil, en el Gran Casino, sin olvidarnos de los bailes callejeros.

El martes hubo zezensuzko y se loqueo por todo lo alto y por todo lo bajo con motivo del toro de fuego y en la Plaza de la Constitucion se bailo con frenesi al compas del armonico y cadencioso thun-thun, admirando la gente los fuegos artificiales que se quemaron.

No falto la bueyada : dos por la mañana, dos al mediodia y cuatro por la tarde. Los ocho torazos propinaron 115 revolcones.

Pero como he dicho, fueron los bailes lo mas importante de aquellas carnestolendas de hace un siglo.
La impresion del celebrado en el Club Cantabrico la expresaba asi un periodista en "La Union Vascongada" : " Cuadro animadisimo, muchisimos colores, muchas luces, haces de chispas que fulguran en los aderezos, las telas vistosas de matices en que se agota toda la gama, rostros encantadores, sonrisas hechiceras que dejan ver los hilos perlados de las dentaduras; en el oido el rumor de las conversaciones, frescas risas argentinas que se mezclan a las notas cadenciosas del vals, y una oleada de juventud que estalla en risas y chisporroteo de punzantes frases y discreteos galantes, y una aura de alegria bulliciosa que hace parecer el lujoso salon a una jaula de dorados barrotes donde pian y gorjean 100 pajaros a un tiempo".

El cronista describe las toilettes de las damas y damiselas, yo copiare solo tres : la de la señora de Areizaga, rico traje de terciopelo negro con canesu de surah verde y azabaches; la de Iganacia Samaniego : traje de bengalin azul palido adornado en el peto con hilos de perlas y pedrerias de colores y en las bandas de la falda lazos papillon azules de raso ; su hermana Pepita samaniego aprisionaba el gallardo busto en corpiño bengalin, adornado en el escote con flores y la falda lisa, rosa tambien.

El cotillon lo dirigieron Ignacia Samaniego y la señora de Vignau.
El otro baile, el infantil, fue una prueba de la imaginacion de los papas. Los niños iban disfrazados de Ofelia, de Enrique VIII, de Boccacio, de Artagnan, de Mefistofeles, de Pompadour, de Dulcinea, de Luis XV, de Don Quijote .....
El poeta cosquero escribio : "Y con concluyeron los bueyes/las fiestas, las diversiones,/las alegres mascaritas,/las zambras, las expansiones.
El bailoteo en las calles/en teatros y salones,/¡cuantas pesetas perdidas/y fugadas ilusiones!.

CARNAVAL 1883

No fueron muy vistosos ni tuvieron nada que llamara la atención los Carnavales de 1883. Iban adquiriendo fama las carnestolendas donostiarras, que querían parecerse a las de Niza, y hubo algunas ediciones que sí fueron dignas rivales de las de la ciudad francesa. Pero no se pudo decir lo mismo de las fiestas de 1883. Comentándolas, el periódico «Diario de San Sebastián» escribía que sí habían satisfecho a casi todos, pero... «verdad es que de lujo y ostentación no han podido superar a las verificadas en los Carnavales precedentes» .

Eran la Fraternal y la Unión Artesana, integradas en una comisión de festejos, las que movían las fiestas, constituyéndose en alma de las mismas. No faltaban los bailes de máscaras en el Teatro Circo, Principal y Variedades. En el Principal hubo bailes los días 20 de enero (día de San Sebastián), 2, 4 (domingo de Carnaval), 5 y 11 (domingo de Piñata) de febrero. Los precios que regían para estos bailes eran: billete de suscripción a todos los bailes, 15 pesetas, billete por baile, 4 pesetas. En el Teatro Circo hubo bailes los mismos días y el empresario, don José Arana, tenía que ofrecer mas que el otro competidor y así los precios eran 10 pesetas por los cinco bailes, con derecho a grandes regalos. Al billete de suscriptor se acompañaban dos de señora para cada baile. Todos los billetes estaban numerados para las rifas que iba a haber. Los billetes del primer baile optaban a dos objetos de capricho, medio billete de lotería y cinco décimos sueltos para el sorteo del 30 de enero. La numeración de los billetes correspondientes a los cuatro bailes restantes entraban en la rifa de mil reales con que la empresa obsequiaba en el baile de Piñata, como se hacía en el Teatro Real de Madrid, distribuyéndose esta cantidad en doce lotes de la siguiente forma: un lote de una onza de oro, otro de media onza y dos lotes de a cinco duros, dos lotes de cuatro duros, dos lotes de dos duros y 4 de duro.
La entrada del dios Momo en aquellos Carnavales en nada se pareció a la de años anteriores. Los trajes que lucía el ejército de Momo eran de muy buen gusto. 

El domingo de Carnaval hubo por la mañana una cabalgata que salió de Ondarreta y una cabalgata nocturna y en la que formaba parte, de la Estudiantina Euskalduna, comparsa de jóvenes vascongados que estudiaban en la Universidad de Valladolid. Aquel día hubo una novillada lidiándose cuatro toretes por Hompanera y Pelegre. El martes de Carnaval hubo entierro de la Sardina pero el globo se rompió impidiendo contemplar su ascensión que daba carácter a la fiesta nocturna.

BELTRÁN PAGOLA

MUCHOS han sido los músicos que han nacido en San Sebastián y entre ellos brilla con luz propia el maestro Beltrán Pagola. Quienes le conocieron y siguieron de cerca sus pasos dicen de él que fue un niño prodigio. Uno de sus críticos, Juan Urteaga dice que su nombre empieza a «sonar cuando San Sebastián, tras el derribo de sus murallas, pasa a ser una ciudad moderna. En los salones de las casas encopetadas se hace música por aquel entonces, a la mane ra con que hoy se reúnen las veladas en los centros de cultura, y en la intimidad de las casas que hoy llevan los apellidos de los donostiarras más donostiarras, ensayó, siendo niño, sus primeras interpretaciones de música».
Su vocación quedó determinada al trazar el paralelo con otro artista al que también San Sebastián debe muchísimo: Alfredo Larrocha. Juntos crearán todo lo que de naciente impulso tiene la ciudad respecto a la música; y poco a poco van surgiendo los conciertos del Casino, el Trío Donostiarra, con don César Figuerido; la Academia de Bellas Artes, situada entonces en la calle Euskal Erria; la labor de profesorado, enseñando la moderna técnicai del piano y sus atisbos de compositor, que también corren paralelos con la de un contemporáneo y discípulo suyo: José María Usandizaga.
El fuego destruyó la Academia de Bellas Artes, que siguió su artística vida en lo que habían de ser los locales que ocuparía la fábrica de tabacos, en la calle Garibay, y que luego serían las oficinas de la Caja de Ahorros Provincial. Pagola allí sobresalió como artista y más tarde en el Conservatorio, que entonces estaba en la calle Easo. En las tres etapas (Parte Vie ja, calle Garibay y calle Easo), «la historia de la ciudad se ha llaba viva en la estampa de don Beltrán Pagola».
Fue un artista completo, que cultivó todas las formas de la música; el lied, la canción, el motete, la sonata, la suite y la sinfonía vasca reforzada por la manera de ser de Pagola, y da da a conocer bajo su dirección primero en San Sebastián en 1949 y por Pablo Sorozabal en Madrid.
Fueron muchísimos sus alumnos de piano y de composición cuyos nombres van unidos al teatro, a la música religiosa, al género sinfónico, al concierto y a la pedagogía: José María Usandizaga, Norberto Almandos, José María Iraola, Juanito Tellería, Pablo Sorozabal, Francisco Escudero, Juan Urteaga... 
Murió en julio de 1950 y a sus honras fúnebres acudió medio San Sebastián, pués aquel hombre, sencillo y modesto era amigo de todos. El cronista le recuerda paseando por La Concha acompañado de su hijo, el que sería abogado del Estado.

BATALLA CONTRA LOS INGLESES

Las costas de Guipúzcoa eran constantemente atacadas por actos de piratería, protegidos por autoridades inglesas, nuestras vecinas desde que se posesionaron de la Guyena, desde Bayona a Burdeos, al aceptar por soberano en el año 1154 a Henrique Plantagenet de Aquitania. Los piratas de aquellos días se amparaban en los puertos de Bayona, San Juan de Luz y Burdeos, siendo preciso terminar con el imperio del pillaje tan habitual en los siglos XII al XIV. 
La armada de Guipúzcoa se reforzó con navíos de Bermeo, Castro Urdiales y Laredo, totalizando 118 naves que fueron a Flandes y al Canal de la Mancha para enfrentarse a la armada más poderosa de la época. Era el mes de julio del año 1350 y la primera batalla se dió el mes de agosto, el día 13. El soberano inglés, Eduardo III, informado de los preparativos de los barcos del Cantábrico, se puso con sus dos hijos al frente de sus navíos y fue el 28 de agosto al anochecer cuando avistaron al enemigo cerca de la desembocadura del Rother, en las costas de Susex frente a los poblados de Rye y Winchelsea. "La batalla se dio el día siguiente, 29 de agosto de 1350, y fue de proporciones épicas -escribió Gregorio Hombrados Oñativia-. Duró todo el día y con grandes pérdidas por ambas partes, su resultado inmediato fue incierto, pues los historiadores divídense en sus opiniones. Se calculan unos diez mil muertos de cada una de las partes con más de un centenar de naves hundidas en total, sin otro resultado inmediato que el de haber remitido el ataque que podía volverse a dar cualquier día".
Eduardo III dirigió personalmente el combate y quedó admirado de la tenacidad en la lucha "que llegaba a tal extremo" -dice un historiador inglés-,"que preferían morir peleando que rendirse aún cuando vieran ya perdida su nave, y cuando ya caía el día y estaba decidida la batalla a favor de Inglaterra, tuvo que ir matando a todos los españoles que se encontraban en veinticuatro grandes navíos que no cesaron hasta hundirse". Apresaron veintiseis grandes barcos, habiendo ido a pique los demás. Eduardo III hizo acuñar moneda en memoria de esta batalla, diciendo el historiador flamenco Jacobe Meyer que "los ingleses no lograron salir con sus propósitos de destruir la escuadra española". Como consecuencia de esta batalla hubo tratados de alianza, de paz y de mutua consideración. En Londres el 1 de agosto de 1351 se firmó una paz que fue la base de los tratados que se concertaron por Guipúzcoa posteriormente, como consecuencia de aquella batalla de Rye Winchelsea.

BAILE DE DISFRACES

En los días de Carnaval no faltaban los bailes de disfraces que reunían en los elegantes y aristocráticos hogares a lo más granado de la sociedad donostiarra. En 1880 hubo varios, pero del que más se habló y escribió fue del celebrado el 9 de febrero en la elegante mansión de los señores de Fullá.
Pero si mereció numerosos elogios aquella aristocrática reunión, creo que también fue digna de ellos la crónica que se publicó en el periódico El Urumea, en la que la imaginación y la cascada de adjetivos se dieron cita.Empezaba el anónimo cronista escribiendo sobre las «toilettas» de las damas y decía: «Semanas de desvelos estudiando combinaciones de colores, de torturar la imaginación en discurrir cómo dar a la seda la más graciosa forma, habrán pasado esas bellísimas señoritas, sin pensar tal vez que , las únicas víctimas de los disparos de belleza y elegancia, armas con que la naturaleza y el arte les ha dotado, sirven para herir al ser inofensivo, a aquel que ha tenido la fortuna o la desgracia de colocar su corazón al alcance de esos hermosos ojos que cual estrellas brillan en el hermoso cielo que veo delante de mi (....). Desde las nueve y media de la noche me encontraba codeando con los que a mi parecer eran ángeles y querubines del paraíso con una .belleza celestial resaltada por el arte del vestir, arte a mi juicio conocido, en la morada de la gloria y de la felicidad. El raso, damasco, todo el lujo y elegancia que los dueños de la casa habían desplegado, aquel salón rico en luz, sorprendente por el conjunto que presentaba, embriagába dulcemente mi ánimo, transportándome en alas de la imaginación a las regiones más fantásticas».Luego hace una relación de los. trajes que los asistentes al baile llevaban. Allí estaban María Estuardo, damas de la época de Carlos V y de Luis XV, aldeanas de la edad media, mozas gallegas, majas, molineras, muchachas rusas, napolitanas, mallorquinas, sorrentinas... El sexo fuerte estaba representado por Enrique VIII, Luis XIV, Enrique III, Carlos IX, Windsor y con ellos Robespierre, trovadores, bandidos calabreses, chinos, pierrots...A las 12 se abrió el buffet, soberbiamente servido, abundando los manjares y vinos más exquisitos y delicados. A las preciosas polkas, arrebatadores valses de Fahrbach y Strauss sucedió un rigodón en el que sólo tomaron parte los disfrazados.No sé si la fiesta fue digna de aquella crónica, o una crónica así merecía una fiesta singuIar.

BAILE DE 1900

El Carnaval de 1900 fue de los mejores que hasta entonces se habían celebrado aquí. Hubo una cabalgata en la que participaron muchas carrozas y multitud de comparsas y máscaras que tardaron en desfilar varias horas en un recorrido de 4 kilómetros. Hubo un baile en el Casino en el que lucieron su belleza las elegantes de San Sebastián y todos admiraron sus tallas de avispa y sus enormes sombreros cargados de flores estilo Watteau.
Entonces escribía crónicas de sociedad en El Guipuzroano el conde de Torremuzquiz que las firmaba con el seudónimo de Morfeo. De aquel baile escribió lo siguiente:
«Nada tan elegante ni artístico como nuestro Casino; pero anoche la naturaleza había acudido a completar con sus hechizos los del arte. Las niñas más lindas que atesora Donostia adornábanle con su presencia.
Figúrense lo que sería la fiesta estando en ella las marquesa de Távara, de San Felices y de la Romana; condesas de Llobregat y de Peñaflorida y señoras y señoritas de Alonso, Colmenares, Baldasano, Brunet, Calzado, Cologan, Comba, Churruca, Domínguez Echagüe, Hompanera, Lojendio, Morales de los Ríos, Machimbarrena, Marqueze, Peña y Goñi, Ríos y Rial, Rojo Arias, Seoane, Spenger, Urreiztieta, Victoria de Lecea, Margarita Irazusta, Celestina Irazabal, Canuta Vignau, Avecilla, Escoriaza, Bermejillo, Dotres, sin contar algunas más que con harto sentimiento tal vez no acierte a recordar. 

Figúrense además trajes como el amaranto puro estilo imperio de las encantadoras señaritas de Calzado; el creme bordado de la preciosa Manolita Brunet; el blanco de la bellísima señorita de Cologán; el negro de encaje de la esbelta Florita Brunet; el azul de... pero ¿quién me manda entrar en tales y tan angustiosos detalles? ¿A qué decir que ésta, la otra y las de más allí son fashionables y originales en el vestir? Tanto valdría decir, por ejemplo, que la gentil hermosura de la señora de Morales de los Ríos posee el cuerpo más esbelto que se pasea por la hermosa Concha.
Cada descanso del baile era 
endulzado por exquisitos refrescos y golosinas, sin contar las palabras amarosas que son consecuencia natural de los valses y rigodones.
En el cotillón espléndido 
con figuras traídas de París, fue cavalier conducteur el joven don Guillermo Brunet e hizo de incomparable maitresse du cotillon la linda señorita de Calzado».
Por aquellos días fueron designadas reinas de San Sebastián las señoritas María Abaigar, Jesusa Berridi y Paquita Martija.

ATAQUE A DON PRAXEDES

Era presidente del gobierno de España don Praxedes Mateo Sagasta y las provincias vascas seguian pensando en que hasta el 21 de julio de 1876 eran provincias que por virtud de derechos que arrancaban de las entrañas de la historia, provincias exentas de ciertos tributos. Y se lo recordaban en un durisimo articulo el 24 de agosto de 1893 en el periodico donostiarra La Voz de Guipuzcoa firmado por Uno de esta Tierra.
Aquella historica ley suprimio las exenciones pero respeto el regimen foral de este pais. Y lo que las provincias vascongadas pedian era que se cumpliera la ley del 21 de julio de 1876 en lo que tenia de favorable para esta tierra, como se habia cumplido en lo que tenia de adversa. Pedian que se respetara la autonomia administrativa."Lo que nosotros queremos es aquello que afecta a nuestros intereses, no venga un representante del poder central a poner en nuestra administracion el desbarajuste horrible de la administracion española; mientras España arrastra esa vida miserable que mas que vida parece una agonia que nunca acaba; aqui en estas Provincias hemos de resistirnos desesperadamente a la invasion de esa epidemia, abrazados a la bandera de nuestras viejas leyes.Subio usted al poder, seguia el articulista, y despues de haber estudiado el problema vascongado, de haber reconocido la justicia de nuestras reclamaciones, y haber ofrecido solemnemente que el gobierno liberal reconoceria por medio de una ley la autonomia administrativa de las provincias vascongadas... y de aquellas risueñas esperanzas que su actitud y sus ofrecimientos despertaran, solo queda hoy una amarga y triste decepcion, ante la cual tenemos el derecho de decir que este pais podia esperar de usted todo menos ese escandaloso olvido de sus compromisos".El articulo, durisimo todo el, seguia diciendo que la cuestion vascongada estaba en pie y reclamaba una inmediata y radical solucion, que no puede ser otra que un reconocimiento claro, explicito y terminante de nuestra autonomia administrativa."Cuando un pueblo pide que se cumpla la ley, cuando pide que se respeten sus incontrovertibles derechos, que se reconozca la facultad, que tiene de administrar por si sus propios intereses (...) y un gobierno y otro se niegan a hacer justicia a sus legitimas reivindicaciones, se comete, señor don Praxedes, con ese pueblo una inquietud que clama al cielo".¿Como le sentaria a don Praxedes aquel durisimo articulo? No contesto el articulista.


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AQUEL VELÓDROMO

En el principio fue el ciclismo... luego vendría el foot-ball. Por eso, antes que el campo de Atocha, fue el velódromo de Atocha. Se inauguró el 1895 y era propiedad municipal. Fue don Julián Comet quien se comprometió a cerrarlo con una valla que lo circundaba. Había entonces bastante afición al ciclismo en San Sebastián, y cuando había pruebas, se cobraba un real la entrada. Tenía el velódromo un perímetro de 40 metros, con unas rectas largas, magníficas para sprintar, lo que se podía con aquellas máquinas pesadas, que no eran más que dos ruedas con un cuadro y un manillar. La pista era de portland. Cerca de la pista había unas casetas en las que se guardaban las bicis. Había pruebas una o dos veces por semana,
Los que lo conocieron, recordaban una prueba excepcional que allí se disputó: el Gran Premio Alfonso XIII. El Rey, todavía un niño, tenía mucha afición a la bicicleta, siendo el citado Julián Comet quien unas veces en el velódromo y otras en los jardines de Miramar, le enseñó a pedalear. En el velódromo se celebraron famosas carreras internacionales, a las que no desdeñaba de acudir la Reina María Cristina con sus hijos, de corta edad a la sazón. El velódromo desapareció. Se lo comió el foot-ball. El equipo de fútbol donostiarra había ganado el campeonato de España de footbáll y la afición al balompié era cada vez mayor. Esa afición pedía a gritos un campo adecuado, pues el que había en Ondarreta era insuficiente. Las peticiones llegaron hasta el alcalde, que las atendió, y Atocha se convirtió en el campo de la Real Sociedad.
Se cerró el velódromo y años después se evocaba en un artículo periodístico. «Aún recuerdo aquel velódromo», escribía, «con sus peraltadas curvas en los extremos del mismo y su gazón de hierba en el centro, en el que crecían blancas y pequeñas margaritas y rojas y diminutas fresas silvestres que los niños de entonces ensartábamos en un junco, en uno de aquellos jancos en que también solían ensartarse los churros»


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AL LLEGAR EL OTOÑO

Estamos en 1905 y al llegar octubre el periódico comparaba los días luminosos y alegres del verano con los días oscuros y lluviosos del otoño. La playa estaba desierta sin que nadie se acercase a la orilla del mar, alborotado y revuelto. Las calles parecían más largas con nadie o casi nadie paseando por ellas, «como si fuera ésta una ciudad donde los habitantes por encantamiento desaparecen en cuanto el cielo se torna sombrío y anubarrado. Vamos a un paseo resguardado y alegado del mar, y el paseo aparece sumido en la más original penumbra: los árboles conservan el gayo verdor de las hojas, que en las calurosas horas del verano nos han prodigao su grato y dulce ombría; de cuando en cuando un coche modesto corre sobre el suelo liso y brillante. Este coche desprovisto de pretensiones, de lujos y de tiesos lacayos ¿no trae a vosotros el recuerdo de los coches lustrosos que pasaban sobre sus neumáticos con un silencio maravilloso? Y esta original y fantástica soledad que notamos ¿no trae a vosotros el recuerdo de las calles pobladas de gentes oriundas de pueblos lejanos? Decididamente, pensamos, todos aquellos carruajes lucientes, aquellas mujeres trajeadas con sedas y gasas y plumas, aquellos galanes adinerados, apuestos y coquetones, han huido de la lluvia monótona y de la niebla impertinente». Era el otoño que anunciaba la inmediata llegada del invierno con los temporales marineros, con las olas que se levantaban potentes y espumosas, con el viento huracanado que silva en los luceros de las casas, con la lluvia oblicua que con pertinaz insistencia entra por las rendijas de los ventanales. Aquel 1905 se adelantó el otoño envolviendo a los días en colores sombríos y melancólicos. Aún estaban los árboles lozanos y la campiña verde, y en lugar de lucir el sol en días gratos, la lluvia y la niebla y el ventisco y el mar alborotado empujaban al espíritu hacia la pesadumbre y la melancolía, propias de las interminables horas del invierno. A la alegría del estío había sucedido un otoño tristón que empujaba a los hombres a los brazos de la melancolía. Y en los periódicos, la imaginación un tanto poética de algunos de sus redactores se expresaban en una prosa envuelta en lacrimosas comparaciones y recuerdos.

¡A LOYOLA!

ENTRAMOS en primavera. Epoca llena de numerosos atractivos, de encantos y delicias.«El campo en señal de regocijo se cubre de verde alfombra, escribía Marcelino Soroa; los árboles se engalanan, los juguetones pajarillos se dan prisa a construir en ellos sus amorosas viviendas; el astro del día se muestra más atento y complaciente menudeando sus visitas, y entran a hacer coro en tan armónico concierto los grillos y las ranas, esos modestos músicos de afición que hieren dulcemente nuestros delicados oídos con sus monotonos sonidos guturales y alados, legando en su modestia al extremo de callarse cuando se aperciben de que alguien se aproxima a escucharles y a admírarles (o a atraparles), llegando en tan bello conjunto a ocupar dignamente su puesto; el grave y paciente orejudo paquidermo lanzando al aire sus melodiosos trinos».
Al entrar la primavera comenzaban las romerías, animando los deliciosos contornos de San Sebastián. La primera era la de Pascua de Resurrección y la última la del Rosario en el mes de octubre, cuando el otoño nos visitaba.
Ambas traían poesía, la primera refescaba la imaginación y vigorizaba el ánimo y la segunda comunicaba cierta dulce melancolía y algo de nostalgia.
Estamos a fin de siglo, en 1894. El lunes de Resurrección, poco después del mediodía, la gente comenzaba a dirigirse a Loyola. Larga fila de carruajes se destacaba por la Avenida. Diligentes aurigas improvisaban un concurso musical, haciendo gala de su voz al grito de «iA Loyola, a Loyola! a dos reales». Al poco tiempo la plaza del olvidado barrio de Loyola queda inundada no por la ría sino por los productos que se descargaban de los omnibus y carretelas.
Decían los cronistas de aquella época que en otro tiempo, si había buena sidra en Hernani, alguna novillada en Oyarzun o un partido de pelota en Tolosa, se recorría la mitad del camino andando. Pero hace cien años, la gente se desplazaba en carruajes.
En la plaza de Loyola, sus balcones presentan numerosos ramilletes realizados por bellas muchachas. Está llena de gente y se registra una gran variedad de olores, desde el proverbial del chorizo, que volvía a hacer su exhibición después del día de Santo Tomás, hasta el de la merluza frita o guisada, las bocartas, las tortillas, carraquelas, lampernas (vulgo percebes)... en fin, un menú sin retóricas. No faltan tampoco las rosquillas, ni la zizarra y el peléon.
Cuando empieza la noche, se inicia la retirada. Después, la calma, la oscuridad y el silencio interrumpido por la lejana campana del convento del Refugio, que llama a los feligreses a la oración.


KOXKAS - R.M. - DV 

A CUBA

CUBA era, junto a Puerto Rico y Filipinas, lo que le quedaba a España a finales del siglo pasado de lo que fue su inmenso imperio colonial. Y allí, oyendo las voces de MartíMáximo Gómez y Antonio Maceo, se habían levantado en armas unos insurrectos. Y allí iban nuestros soldados a luchar para que aquellos territorios siguieran perteneciendo a España. Cada vez que de aquí salían unos soldados a luchar en aquellos lejanos territorios, la población se volcaba en las despedidas, les regalaba obsequios, les abrazaba y les daba pruebas de amor.
El 3 de abril de 1895 soldados que se hallaban en el cuartel de San Telmo de nuestra ciudad, fueron al compás de patrióticas marchas hacia la estación, donde subirían al tren que les conduciría a Santander, para embarcar rumbo a Cuba. En el andén se hallaban cientos y cientos de donostiarras que querían despedir a los soldados que iban a partir para las Américas. Todo el mundo estaba impresionado, incluso los soldados, en cuyos ojos se notaba la tristeza que les producía la entusiasta despedida.
Allí estaban representantes del Ayuntamiento y la Diputación, las autoridades militares, el gobernador civil, etcétera. La comisión provincial dió a cada soldado una peseta y una cajetilla de tabaco y a los cabos y sargentos dos pesetas y dos cajetillas. El Ayuntamiento hizo el mismo obsequio, un particular regaló cigarros puros... La banda del regimiento de Valencia ejecutó una jota, «cuyas melancólicas notas ante un cuadro tan patriótico entristecían los corazones de los soldados que escuchaban, quizás por última vez, esa sonata puramente española», escribía al día siguiente el periódico.

Por todas partes se agitaban sombreros y pañuelos a cuyas muestras de cariño contestaban los soldados empuñando su gorro de cuartel con el que se despedían asomados a las ventanillas del gentío que les aclamaba sin cesar.
«Allá va nuestro soldado, mártir de cien sacrificios y gloria de cien combates... Allá va con la alegría en la cara, pero en el corazón la pena... Allá va en busca de lauros de victoria a someter a los revoltosos... Allá van llevándose el entusiasmo, pero dejando tras sí las huellas de la tristeza.
En España dejan un vacío que todo el mundo llora, dejan lágrimas por todas partes, derramadas al contemplar el hermoso espectáculo de la despedida, esa escena que levanta tan patrio entusiasmo que nunca se agota en el enérgico espíritu de los españoles».
Esta despedida la escribía en «La Unión Vascongada» un gran periodista, Juan de la Cruz.


KOXKAS - R.M. - DV - 03 / 04 / 1998

ADIOS AL ATABALERO "SHAGARRA"

AL finalizar abril de 1903 moría en San Sehastián Plácido Castañeda, conocido por el sobrenombre de Shagarra, y los periódicos le dedicaban unas cariñosas lineas de despedida. ¿y quién era, qué hizo en vida Shagarra? Tocar el tambor y tocarlo muy bien.
Le venía de familia, pues su abuelo fue atabalero y su padre también, y con esos antecedentes, Plácido Castañeda les sucedió en el ejercicio del atabal. Si un rey ocupa el trono porque su padre y su abuelo se sentaron también en él, lo mismo daba ser rey que atabalero en eso de la sucesión.
«Con sus nerviosos redoblanteos, dio vida a la bascatibia, coloreó el tamboril, animó el ambiente de la localidad, llamando con toda solemnidad al vecindario, a fuer de los tres repiques oficiales, que al veterano Salcedo le preparaban el auditorio necesario para la lectura del bando municipal», escribió el cronista Francisco López Alén. Y agregó en la misma crónica:
«Cuando en tiempos pasados, era encanto de las criaturas donostiarras el concierto del tamboril, y eran llevados los angelicales bebés en brazos de sus amas a la plaza de la Constitución con objeto de hacerles entrar en las primacías de la danza, Shagarra, el buen Castañeda, lucía todas las maniobras de los palos sobre el parche, para que su efecto llegara a la comprensión de los infantes y éstos se aplicaran en la lección de las escuelas de Terspicore. ¡Felices días que desaparecieron como el humo!».
Los periódicos decían que con la muerte de Shagarra, un hombre modesto pero un artista y figura destacada en el mundillo de los redoblantes, la soka muturra perdía a una de sus principales figuras.
Desapareció la baca, desapareció la parte característica de la calle de San Juan, la verdadera pescadería y aquella primavera de 1903 moria Shagarra.
En el pueblo existen figuras que inspiran verdadero atractivo, sea porque desde la infancia impresionaba su modesta personalidad, o por el cariñoso recuerdo que del corazón se apoderó desde el principio. Shagarra era una de ellas.
Los periódicos locales de la época decían que no siempre iban a dedicar necrológicas a tal o cual inflado sujeto, al afortunado indiano o al condecorado con más o menos razón.
Y agregaban que la modesta tumba del popular redoblante, «contendrá dentro de poco la misma osamenta que la que guarda el soberbio mausoleo del archipotentado.
Mezclados ambos restos, nadie distingue ni quien es este ni quien es aquel".


KOXKAS - R.M. - DV - 26 / 04 / 2001

ASTILLEROS EN CAY-ARRIBA

HUBO una época, hará cien años, que registró un gran desarrollo la construcción de pequeños barcos en el muelle de San Sebastián, concretamente en Cay-Arriba. Modestos constructores, sin arquitectos ni ingenieros, contando sólamente con su inteligencia y su amor al trabajo, hacían barcos que daban un magnífico resultado. Se construían con arreglo a la técnica moderna, montándose las cuadernas interiormente y haciéndose los remaches con el más ingenioso de los procedimien tos. Contaban aquellos talleres, aquellos astilleros en miniatura, con electricidad para fuerza, con calderas para cocer las maderas, con sierras mecánicas... Estamos hablando de 1902.
Aquel noviembre se terminó el Bigarrena, un airoso barco de corte elegante, que fue pintado de verde hasta la línea de flotación y de blanco el resto del barco hasta la obra muerta que ostentaba el color rojo. Eustaquio Andonegui estaba satisfecho de la obra realizada.
Fue botado el jueves 20 de noviembre de 1902. Los carpinteros que habían trabajado en el casco eran de Aguinaga y allí,y en Orio existía la superstición de que barco que se bota en viernes era desgraciado. Y a las seis de la tarde tuvo lugar la botadura. Allí estaba el constructor y en un rincon 'la mujer del constructo:r; con mantilla en la cabeza, rezando por el porvenir del barco, los socios, Antonio López y Compañía, los carpinteros dando martillazos, quitando cuñas, levantando topes, asegurando las dos paralelas por las cuales había de deslizarse, y muchos curiosos. No faltaban los muquizus ni el shelebre Antonio el Pashaitarra, institución del muelle en quien todo el mundo reconocía al gobernadar de la plaza marítima. Todo iluminado por la roja luz de unas hachas de viento, «cuyo humo envuelve como nube azulada el fantástico cuadro», escribió el cronista Angel María Castell, al que sigo en este relato.
Andonegui da unas cuantas vueltas al torniquete del gato que levanta la quilla por la parte de proa. El barco comienza a deslizarse sobre las dos vías de madera. Al llegar al agua se oyó un crujido de madera. Es una tabla puesta para amortiguar el golpe del barco en el último palmo de tierra. 
El Bigarrena levanta en su derredor el agua «que luego se extiende formando espuma, como pañuelo de encaje que recoge al recién nacido a la vida del mar». ¡Un barco más para la flota pesquera donostiarra!
Aquel pequeño astillero de Cay Arriba no podía compararse con otros que había aquí, en el Urumea, y nada digamos con los de Fuenterrabía o.Guetaria. Pero producía barquitos, incrementando la flota pesquera donostiarra.

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