AL finalizar abril de 1903 moría en San Sehastián Plácido Castañeda, conocido por el sobrenombre de Shagarra, y los periódicos le dedicaban unas cariñosas lineas de despedida. ¿y quién era, qué hizo en vida Shagarra? Tocar el tambor y tocarlo muy bien.
Le venía de familia, pues su abuelo fue atabalero y su padre también, y con esos antecedentes, Plácido Castañeda les sucedió en el ejercicio del atabal. Si un rey ocupa el trono porque su padre y su abuelo se sentaron también en él, lo mismo daba ser rey que atabalero en eso de la sucesión.
«Con sus nerviosos redoblanteos, dio vida a la bascatibia, coloreó el tamboril, animó el ambiente de la localidad, llamando con toda solemnidad al vecindario, a fuer de los tres repiques oficiales, que al veterano Salcedo le preparaban el auditorio necesario para la lectura del bando municipal», escribió el cronista Francisco López Alén. Y agregó en la misma crónica:
«Cuando en tiempos pasados, era encanto de las criaturas donostiarras el concierto del tamboril, y eran llevados los angelicales bebés en brazos de sus amas a la plaza de la Constitución con objeto de hacerles entrar en las primacías de la danza, Shagarra, el buen Castañeda, lucía todas las maniobras de los palos sobre el parche, para que su efecto llegara a la comprensión de los infantes y éstos se aplicaran en la lección de las escuelas de Terspicore. ¡Felices días que desaparecieron como el humo!».Los periódicos decían que con la muerte de Shagarra, un hombre modesto pero un artista y figura destacada en el mundillo de los redoblantes, la soka muturra perdía a una de sus principales figuras.
Desapareció la baca, desapareció la parte característica de la calle de San Juan, la verdadera pescadería y aquella primavera de 1903 moria Shagarra.
En el pueblo existen figuras que inspiran verdadero atractivo, sea porque desde la infancia impresionaba su modesta personalidad, o por el cariñoso recuerdo que del corazón se apoderó desde el principio. Shagarra era una de ellas.
Los periódicos locales de la época decían que no siempre iban a dedicar necrológicas a tal o cual inflado sujeto, al afortunado indiano o al condecorado con más o menos razón.
Y agregaban que la modesta tumba del popular redoblante, «contendrá dentro de poco la misma osamenta que la que guarda el soberbio mausoleo del archipotentado.
Mezclados ambos restos, nadie distingue ni quien es este ni quien es aquel".
KOXKAS - R.M. - DV - 26 / 04 / 2001
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