lunes, 18 de marzo de 2013

A CUBA

CUBA era, junto a Puerto Rico y Filipinas, lo que le quedaba a España a finales del siglo pasado de lo que fue su inmenso imperio colonial. Y allí, oyendo las voces de MartíMáximo Gómez y Antonio Maceo, se habían levantado en armas unos insurrectos. Y allí iban nuestros soldados a luchar para que aquellos territorios siguieran perteneciendo a España. Cada vez que de aquí salían unos soldados a luchar en aquellos lejanos territorios, la población se volcaba en las despedidas, les regalaba obsequios, les abrazaba y les daba pruebas de amor.
El 3 de abril de 1895 soldados que se hallaban en el cuartel de San Telmo de nuestra ciudad, fueron al compás de patrióticas marchas hacia la estación, donde subirían al tren que les conduciría a Santander, para embarcar rumbo a Cuba. En el andén se hallaban cientos y cientos de donostiarras que querían despedir a los soldados que iban a partir para las Américas. Todo el mundo estaba impresionado, incluso los soldados, en cuyos ojos se notaba la tristeza que les producía la entusiasta despedida.
Allí estaban representantes del Ayuntamiento y la Diputación, las autoridades militares, el gobernador civil, etcétera. La comisión provincial dió a cada soldado una peseta y una cajetilla de tabaco y a los cabos y sargentos dos pesetas y dos cajetillas. El Ayuntamiento hizo el mismo obsequio, un particular regaló cigarros puros... La banda del regimiento de Valencia ejecutó una jota, «cuyas melancólicas notas ante un cuadro tan patriótico entristecían los corazones de los soldados que escuchaban, quizás por última vez, esa sonata puramente española», escribía al día siguiente el periódico.

Por todas partes se agitaban sombreros y pañuelos a cuyas muestras de cariño contestaban los soldados empuñando su gorro de cuartel con el que se despedían asomados a las ventanillas del gentío que les aclamaba sin cesar.
«Allá va nuestro soldado, mártir de cien sacrificios y gloria de cien combates... Allá va con la alegría en la cara, pero en el corazón la pena... Allá va en busca de lauros de victoria a someter a los revoltosos... Allá van llevándose el entusiasmo, pero dejando tras sí las huellas de la tristeza.
En España dejan un vacío que todo el mundo llora, dejan lágrimas por todas partes, derramadas al contemplar el hermoso espectáculo de la despedida, esa escena que levanta tan patrio entusiasmo que nunca se agota en el enérgico espíritu de los españoles».
Esta despedida la escribía en «La Unión Vascongada» un gran periodista, Juan de la Cruz.


KOXKAS - R.M. - DV - 03 / 04 / 1998

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