Excursión a Loyola
ASI todos los años, hace un siglo, se organizaba una excursión al valle de Loyola, y era una de las fiestas que con mayor éxito se celebraba cada verano. La de 1903, celebrada el 9 de septiembre, resultó extraordinaria. Aquel año participaron las siguientes embarcaciones que podríamos llamar oficiales, además de otras particulares: una para el Ayuntamiento y ex alcaldes; tres para los invitados; una para el jurado; dos para la banda de música y una para el Orfeón Donostiarra. Todas estas embarcaciones se hallaban artísticamente engalanadas, luciendo a popa y proa la bandera nacional, la de la matrícula donostiarra y el escudo de Guipúzcoa.
El viaje de ida fue breve. Era la hora de la siesta y al llegar a Loyola las trompas sonaron, estallaron voladores, chupinazos, la banda municipal y la del Regimiento de Sicilia llenaron de música los aires, cantaba el Orfeón, palmoteaba la gente, el entusiasmo se desbordaba entre hurras y vivas.
Hubo regatas resultando vencedores las embarcaciones Ramuncho de Vicente Gurruchaga, Ligera de Manuel Corta y Juanita de Manuel López. En las cucañas venció Manuel López y en la lucha en las tinas Francisco Blanco.
El Ayuntamiento obsequió a sus invitados con un lunch servido por el Novelty. Las crestas de las montañas, las riberas de los valles y todos los alrededores estaban ocupados por infinidad de espectadores. El ir y venir de las embarciones no cesaba.
El Orfeón desde su gabarra cantó varios números, entre ellos el Boga, boga! y la banda de música ejecutó el Gernicako.
El regreso lo contó un cronista que asistió a la reunión así: -La señal del reembarque fue una serie de voladores que estallaron al mismo tiempo. Como en un cuento de hadas, se veían montes que ardían, infinidad de bengalas de colores que parecían seres vivos y semejaban cíclopes que tenían por ojos soles de rutilantes rayos, volcanes de pólvora que semejaban estallar y hacer saltar aquellas inmensas moles que aún verdeaban con los últimos rayos crepusculares eclipsados por infinidad de lucecitas de gas como aquellas con las que aparecía como castillo encantado la bonita posesión del duque de Mandas, reflejado mil y mil veces en la plena y tersa superficie del río que ni a susurrar ni a murmurar se atreve para no interrumpir alegría y algazara tanta-.
Los gabarrones y barcas en las que regresaron los excursionistas atracaron en el paseo de los Fueros -donde millares de personas contemplaron el regreso de una gira que parecía un cuento de hadas y delirio de la excitada fantasía-.
10 September 2008 - KOXKAS - R. M.
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