martes, 13 de septiembre de 2022

EL CRISTO DE LEZO

 El Cristo de Lezo


Un día apareció en Pasajes un cajón herméticamente cerrado que excitó la curiosidad de unos cuantos pescadores. Abrieron el cajón y vieron que dentro había una imagen de un Cristo crucificado. Corrió la noticia e inmediatamente surgió la pregunta: ¿a dónde llevamos al Cristo? ¿A qué iglesia? Los nombres de Pasajes, Rentería y Lezo fueron los que más sonaron en las discusiones sobre el destino del Crucifijo.

Pero misteriosamente la imagen desapareció del cajón en donde estaba. Se pusieron a buscarlo y, según leo en un relato de la época, -busca por aquí, busca por allá, removiendo zarzas, hundiendo los ojos en brezos y tamarindos, dando batidas en los bosques y tropezones y tumbos en la sierra del Jaizquíbel, no pararon hasta alcanzar al fugitivo, a quien encontraron en Lezo, clavado en la Cruz y derramando lágrimas. No cabía la menor duda. El Hijo de Dios lloraba de pena porque temía verse arrancado de aquel solitario, fresco y ameno lugar donde gozaba de una paz completa, y veía. muy próximo el instante en que la concupiscencia humana le condenaría nuevamente al suplicio del cajón

Los pescadores acordaron dejarlo allí, pues parecía esa era la voluntad del Cristo. Pero uno de aquellos pescadores no estaba de acuerdo con aquel traslado milagroso y sospechaba que los de Lezo habían tramado el ardid y lo habían llevado sigilosamente a la aldea para asegurarse su posesión. Decidió robarlo del sitio donde estaba el Cristo y amparado por la noche lo llevó al cajón donde había sido descubierto

Cuando el hombre llegó a Pasajes y metió el Cristo en el cajón, estalló una tormenta tremenda, cayó agua a torrentes, silbó el viento y los estampidos de los truenos fueron enormes. La imagen del Cristo se enderezó en la caja y la cruz empezó a avanzar. -A su paso-escribió Antonio Peña y Goñi separábanse las piedras, uníanse las ramas de los árboles formando palios, marchaba sin tropezar en obstáculo alguno, moviendo solamente la cabeza ensangrentada que parecía una amapola del cielo. Mientras seguía implacable la lluvia y gemía desesperado el aire y zumbaba el trueno y caían exhalaciones por doquier y la obscuridad continuaba aterradora, la Cruz proseguía su camino rodeada de un nimbo de deslumbradora claridad, como bañada por un potente foco de luz eléctrica, que la hacía invulnerable a los efectos del temporal y le daba todo el aspecto de una visión ultraterrestre-.

Así fue andando hasta llegar a la eminencia que en Lezo ocupara la vispera. El Cristo sentó definitivamente sus reales en Lezo.

R.M. 13 Septiembre 96 KOXKAS


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