Una fecha de triste recordación : el 20 de Abril de 1878. Desconsuelo y angustia trajo el Cantábrico a toda la costa, a Fuenterrabía, a Guetaria, a San Sebastián, a Pasajes, a Motrico. El mar arremetió con furia espantosa y no sació sus ímpetus hasta que sepultó en sus profundidades las vidas de unos trescientos marineros.
Era Sábado Santo, el mar estaba tranquilo y sereno. No se podía sospechar lo que ocurriría dentro de unas horas.No se conocían aún los vapores de pesca, y las mujeres y los niños se acercaban al muelle a la hora de la llegada para ver atracar a las frágiles embarcaciones con el resultado de la faena del día.
La mañana según pasaban las horas, cambió el céfiro en viento y a las diez y media el agua se agitó con alguna violencia. El cabo Machichaco fue empañándose, apena se iba distinguiendo envuelto en una nube de plomo. Una horrorosa galerna se apoderó de todo el litoral. El mar se desesperó, las olas se deshacían con estrépito en la isla de Santa Clara. Las arboladuras de los barcos surtos en la dársena crujían y silbaba el ventarrón entre los aparejos. Los árboles de Urgull se desprendía de raíz. Las mujeres, desde el pretil, miraban invocando a la Virgen, al cielo.
"¡Trainera a la vista!", grita la gente. El momento lo describió Francisco López Alén así : "No, no es ilusión. Es una chalupa de pescadores que con arranque titánico lucha con el gigante embravecido. Las olas lo barren sin compasión, cubriéndola, se hunde, vuelve a aparecer a flote, remen con esfuerzos sobrehumanos... a corta distancia otra chalupa, ambas entre la vida y la muerte, batidas por el huracán, por el chubasco; sin más amparo que sus rendidas fuerzas para contrarrestar, boga otra y otra vez, un empuje más ¡muchachos!, ¡el todo por el todo!, ¡ánimo!, y al fin.... conquistan La Concha a fuerza de peligrosísimas maniobras.
Enfilan trabajosamente la entrada y ya los gritos, más bien los gemidos, las voces desfallecidas de los pescadores infelices se perciben desde los muelles. "¡Por aquí! ¡Hacia el centro!¡Eh, cuidado, la avalancha! ¡Ojo el oleaje! ¡Ahí va la amarra!". Son voces que se destacan entre el clamoreo de la multitud. ¡Las dos traineras se han salvado!.
Cuando las lanchas consiguieron ponerse al habla, uno de los tripulantes, dominado completamente por el dolor, arrasado en lágrimas, levantando las manos en actitud de abrazar a los de tierra, exclama suspirando : "¡Lo nuestro no es nada! Los demás, todos, todos se han perdido". El drama se ha consumado. ¡Más de trescientos pescadores acaban de sucumbir!.
DV - 22 de ABRIL de 2001.
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