La fiesta de San Rita
Ahora, la fiesta de Santa Rita y Santa Quiteria pasa como de puntillas, sin ruidos, sin algazara fuera del barrio de la Jarana. Hace un siglo era diferente, y aunque el escenario principal era el muelle y algunas calles de la Parte Vieja, allí se daba cita medio San Sebastián. Vea el lector cómo se celebró el 22 de mayo de 1890, según el periódico del día siguiente.
En el portalón estaba colocado el altar con Santa Quiteria rodeada de flores cogidas en la isla con el exclusivo objeto de adornar todo lo posible el sitio. De un lado a otro de la calle del Puerto cruzaban cuerdas a las que estaban sujetas las banderas de distintas matrículas.
El muelle tenía aire de fiesta. Contribuía a ello la fortuna que tuvieron los pescadores las vísperas, con las capturas conseguidas en el mar. Apenas saltaban a tierra los que salieron a la pesca, tomaban parte en el regocijo general, animando con sus bromas el alegre cuadro que presentaba el muelle y alrededores.
A las 11 de la mañana los tamborileros comenzaron sus redobles y la gente joven el baile, que se prolongó hasta mediodía. Hubo un tiempo de tregua y a las 4 fue cuando la fiesta comenzó a estar en su apogeo. A esa hora se dio suelta al buey que proporcionó al público emociones sin cuento a cambio de algunos revolcones. El animalito no era de los peor intencionados y se conformó con acercarse a los grupos sin proporcionar averías mayores entre la concurrencia.
En vista de que el buey no causaba mayores alarmas, fue retirado y dio principio el escudantza. Salieron las parejas, comenzaron a funcionar los tamboriles y dio principio el aurrescu. Continuó el baile y la broma y a las 8 una sección de la banda municipal desde el puente de la calle Campanario comenzó a ejecutar bailables que aprovechó la gente convirtiendo la calle del Puerto en animado salón de baile.
A las 11 de la noche terminaba la fiesta, todos los objetos que adornaban el altar eran retirados por sus dueños, la imagen de la santa era trasladada a la casa donde era guardada durante el año -a casa de Juanito, que era bañero en La Concha-, y los pescadores se distribuían por las tabernas y bares. A medianoche no quedaba en la calle del Puerto la menor señal de que allí se hubiera celebrado la fiesta, a la animación y el ruido había sucedido el silencio, únicamente interrumpido de vez en cuando por las pisadas de algún pescador que se dirigía a su barca, cargado con los aparejos necesarios para la pesca.
R.M. (20.05.1995)