martes, 3 de enero de 2023

GRAN TEMPORAL

 Fue aquella noche del 29 al 30 de diciembre de 1951 una que dificilmente olvidarán los donostiarras que la vivieron.

Soplaba un viento huracanado como pocas veces se había registrado en San Sebastián, que se unía al imponente rumor del mar y al constante y amenazador embate de las olas contra los muros de costa de la ciudad.

Al día siguiente los periódicos  daban cuenta de la triste noche pasada. Un cronista contaba que eran las tres de la madrugada y la ciudad estaba a oscuras cuando la curiosidad por ver lo que pasaba le empujó a abandonar su casa e irse a la calle. Luego contó sus impresiones que voy a copiar.

"El aspecto que ofrecía la ciudad en ese momento, uno de los más álgidos del temporal, es verdaderamente impresionante. La oscuridad es total y absoluta en calles y paseos; no se ve un solo foco de luz, un escaparate, un taller, una ventana iluminados; oscuridad negra y profunda. 

La terrible violencia del viento me impide andar, y lo que no deja de ser paradógico, me impide al mismo tiempo detenerme. El vago resplandor, de algún relámpago y el sordo rumor de algún lejano trueno, los violentos aguaceros pero, sobre todo, el mar, presente hasta en el aire, fuertemente impregnado del salitre, crean en torno al solitario paseante nocturno un extraño y patético complejo.

Apenas ven sus ojos, empañados de brisa los cristales de sus gafas, más que el breve círculo en el suelo que su dinamo alumbra, Ha de evitar los paseos de árboles, cuyas ramas que se desgajan son un peligro. Ha de evitar las calles, a las cuales la quinta columna arroja las tejas y pizarras que levanta el viento, los tiestos de las ventanas , las molduras de cemento mal fraguado, a alguna que otra persiana de madera mal afianzada, que se deshace con estrépito sobre el pavimento.

Ha de evitar las orillas del río, aún aguas arriba, a las que salta la oleada , incluso en lugares tan insólitos como los Paseos de Francia o de los Fueros. Ha de evitar los puentes, barridos por las olas que estallan contra sus pilares  y rebasan su balaustrada. Y ha de cerciorarse bien del terreno que pisa, evitar los socavones , o los cascotes, o el pozo cuya tapa-registro ha sido arrastrada lejos.

En estas condiciones, andar se hace difícil, penoso y cansadísimo. No se ven almas vivientes. Diríase que la ciudad está inhabitada.

Silenciosos, cautelosos, sin el estrépito que acostumbran en pleno día, autos del servicio de incendios, incendian un momento, con la luz potente de sus faros, las calles y paseos que atraviesan.

Es tal la violencia del viento y el agua pulverizada que llenan el aire frente a la bahía de la Concha, que me veo obligado a no entrar en dicha zona"

R.M. - KOXKAS -03.01.2003

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(EL DIARIO VASCO - 30.12.1951)(LA VOZ DE ESPAÑA - 30.12.1951)

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