Carril
El 20 de octubre de 1892 moría en un naufragio Luis Carril y con él ocho mariñeles. Antonio Peña y Goñi glosó en un emotivo trabajo el triste acontecimiento. Reproduzco parte. -Los montes cubiertos de sol, el Cantábrico durmiendo, día hermoso y mar bellísima. A 10 millas de la costa, el escenario del horrible drama: trece hombres flotando sobre las olas, una lancha quilla al sol, y de aquel racimo humano, granos que se desprenden poco a poco, como fruta demasiado madura, y desaparecen en las fauces del Gran Traidor. El exceso de confianza, un descuido lamentable, quizá la escota mordida en vez de sobrevuelta, una racha de viento que da un soplo a la mayor enorme y apaga la trainera como quien apaga una luz.
Pérfida como la onda ha dicho Shakespeare. Pérfida, en efecto; el colmo de la perfidia; reírse de los mordiscos de la onda y sucumbir a sus besos. Así ha muerto el héroe, de muerte femenina, en brazos de Loreley, acariciado por la sirena que, desde las márgenes del Rhin, se trasladó al Cantábrico aquel día y produjo la catástrofe. Así cayeron con él ocho compañeros. Salváronse cuatro que no han podido relatar el drama. Lo ignoran todo en el aturdimiento brutal de lo imprevisto. Estuvieron tres horas formando un haz, entumecidos por la horrible pesadilla. Ante su vista se desarrollaba el estupendo panorama del mar. Las demás traineras pescaban tranquilamente, navegaban a un largo, empujadas suavemente por el viento, inundadas de sol. Y ellos estaban allí, sosteniéndose en el agua, náufragos ignorados que esperaban la muerte como irrisión del destino.
Flotaron durante tres horas, la agonía les dejó espacio suficiente para despedirse unos de otros, recordaron a sus madres, a sus esposas, a sus hijos, la última hora fue apoderándose de ellos pedazo a pedazo, miembro a miembro, y sumergiéndose dulcemente con el corazón helado, puesto en el lugar doméstico, con los ojos vidriosos mirando al cielo, puestos en Dios.
La lancha que recogió a los supervivientes condujo al puerto aquellas cuatro pavesas del drama. Y llegó vacía porque dejaba allá, en la profundidad insondable, los cuerpos de nueve hombres y las almas de diecinueve huérfanos. héroe no ha
El cadáver del aparecido. ¡Que no aparezca! ¡Que no se le vea hinchado y amoratado, roído por los cangrejos, despedazado por los peces! Conservemos su imagen viva, huyamos de la máscara repugnante de la muerte. La tumba del océano engrandece el final pequeño del vencedor de Ondárroa. Que quede en esa tumba, que descanse en la mar que tanto la amaba».
KOXKAS 20 octube 92 R.M.
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