H ACE cincuenta años, San Sebastián segula sierido polo de atracción de viajeros de todas clases. Entre ellos no faltaban miem-bros de las realezas europeas, El dia 10 de aquel mes de octu bre de 1949 vino a San Sebas tián el príncipe Félix de Habs burgo, hijo de la emperatriz Zita. Recordaba el príncipe los años pasados con su familia en Lequeitio, cuando él era un niño y todavia jugaba al aro Aquel mes de octubre tenía ya el principe 28 años de edad y hablaba el castellano con pro piedad. Se vela que no habia olvidado los días de su infancia Su madre, la emperatriz, nunca olvidó los años pasados en España. En Madrid le nació la princesa de Laetchtstein. Para la emperatriz, Lequeitio, siem-pre Lequeitio, era un pasado imborrable
Dos dias después visitaba San Sebastián el rey Carol de Ruma nía. Vino con su esposa, la señora Lupescu, princesa Ele-na Carol, elegante y de muy buen aspecto, fuerte en su madurez que le hacía llevar con gallardia algo más de medio sigio, daba el brazo a una dama distinguida, que debió ser de excepcional belleza, pues cuan-do visitó San Sebastián segula siendo muy bella. Se hospeda-ron en el hotel Continental. Les acompañaban los señores de Urdariano, minisro de la Casa Real de Rumanía, y su esposa No concedieron ninguna entre vista a la Prensa
No todos los viajeros de aquel octubre de hace cincuenta años eran miembros de las casas re les. También venían a San Sebastián otras gentes que merecian salir en los periódicos. Uno de los viajems que atrave saron el puente internacional de frún fue un ciudadano fran cés, de nombre Louis Grimon-di. Tenía 55 años de edad y, tomen ustedes nota, pesaba 220 kilos. Si, han leido bien: 220 kilos. A su entrada en Espa ña fue objeto de una simpática acogida y el personal de Adua-nas le dispensó toda clase de atenciones. Entre el público despertó gran curiosidad.
M. Louis Grimondi se peso en una bascula de la Aduana y se rió mucho al comprobar que tres carabineros juntos no daban más que 210 kilos.
Y, para terminar, una estam-pa de aquel otoño donostiarra de hace medio siglo. En la esquina de las calles Andía y Miramar se alzaba el edificio en el que se hallaba el Club Can tábrico y las oficinas del Banco de Bilbao. Todos los dias por la mañana aparecía en la terraza del edificio una dama de aspec to extranjero, y una bandada de gorrioncillos volaba en torno a ella y despachaban el condumio que en migajas salía de la mano izquierda de la señora. Un rato después, la dama se adentraba en el parque Alderdi Eder, y allí, cientos de palomas picoteaban el alimerito que la dama echa-ba. Revoloteaban, ihan a la fuentecilla para abrevar y volvían luego al banquete
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