El alegre voltear de las campanas de las iglesias aquel 4 de octubre de 1903 anunciaba la fiesta del Rosario, que tiene para los españoles además de la misma alegría de honrar a una de las figuras más simpáticas de la religión, el evocar la memorable fecha de la batalla de Lepanto en la que el pendón morado de Castilla se alzó triunfador abrazado a la cruz, frente al bárbaro pueblo de la media luna.
Por las calles y plazas cruzó la procesión que salió de la parroquia del Buen Pastor, procesión en la que no había cántico del coro acompañado del fagot que animase la comitiva, sino era el pueblo el que tomaba parte activa en los himnos y rezos.
Las calles se vieron animadísima en aquella tarde otoñal magnífica, propia para consagrarla a la Reina de las flores: brillaba el sol, el cielo estaba limpio de nubes y brumas y la temperatura era suave, lo que convidaba a contemplar en toda su hermosura el campo poblado de manzanos, cuyo jugoso fruto en plena madurez cuelga de ramas que se inclina al peso de su maternidad.
El camino de Hernani se convirtió en un hormiguero: los tranvías iban repletos y hasta en los estribos iba la gente colgada como racimos donde podía ponerse una mano o posarse un solo pie, pues todo el mundo se dirigía a la última romería de la temporada. Por la mañana se notó ya la animación y muchos fueron a la iglesia a rezar ante la Virgen del Rosario.
Por la tarde la aglomeración fue inmensa; la sidra corrió en abundancia: cafés, fondas y restaurantes no tenían un puesto desocupado, y en la Alameda, mientras por un lado se jugaban animados partidos de pelota, en otros sitios, entre copudos árboles y sombreados por las montañas siempre verdes, se bailaba al compás de la música cadenciosa del golpear del tamborilero y del pito de quejumbrosos acentos el honesto aurresku, y el de la banda de La Unión el chulesco chotis, un tanto modificado.
El número de carruajes que marcharon por la carretera fue incontable, todo San Sebastián y su colonia desfilaron aquel domingo de octubre camino de Hernani a la última romería del año. El tomar al regreso un puesto en el tren o en el tranvía era como ganar una auténtica batalla.
Lo mejor de la romería : que no se escuchaba más ruido que el de la música -y perdón por llamar ruido a la música- , pitos y tamborileros, y el alegre cantar y gritar de mozas y mozos que con las primeras horas de la noche fueron desfilando a sus caseríos, rebosando alegrías y sin que se turbase el orden con la más ligera cuestión.
(KOXKAS -R.M.)
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