martes, 18 de octubre de 2022

ELOGIO FÚNEBRE

 Elogio fúnebre


La trágica muerte de Luis Carril, desaparecido en las aguas del Cantábrico el 19 de octubre de 1892, inspiró numerosos trabajos laudatorios del mariñel que ya pertenecía a la leyenda. Pero fue Antonio Peña y Goñi quien mejor glosó la figura del vencedor del Cantábrico. He aqui parte del luminoso artículo:


«Los montes cubiertos de sol, el Cantábrico, durmiendo; día hermoso y mar bellísima. A diez millas de la costa, el escenario del horrible drama: trece hombres flotando sobre las olas, una lancha quilla al sol; y de aquel racimo. humano, granos que se desprenden poco a poco, como fruta demasiado madura, y desaparecen en las fauces del Gran Traidor.


El exceso de confianza, un descuido lamentable, quizá la escota mordida en vez de estar sobrevuelta, una racha de viento que da un soplo a la mayor enorme y apaga la trainera como quien apaga una luz. Drama estúpido, prosaica catástrofe que se desarrolla bajo el cielo azul y el sol resplandeciente, en la superficie de una mar indigna por su belleza del servir de tumba a aquellos valientes.


La han domeñado en las tremendas borrascas, se han burlado de sus olas, han desafiado y vencido al vendaval, se han lavado las manos en el espumoso jabón de las rompientes. Y ahora caen tontamente, como principiantes, en un hermoso día de la otoñada, iluminados por el sol, acariciados por la brisa, en un ambiente templado, en la soberana quietud de la onda, espléndida marina que sirve de marco a una tragedia inverosímil.


Pérfida como la onda, ha dicho Shakespeare. Pérfida, en efecto: el colmo de la perfidia; reírse del los mordiscos de la onda y sucumbir. Así ha muerto el héroe, de muerte femenina, en brazos de Loreley, acariciado por la sirena que, desde las márgenes del Rhin, se trasladó al Cantábrico aquel día y produjo la catástrofe. Así cayeron con él ocho compañeros. Salváronse cuatro, que no han podido relatar el drama. Lo ignoran todo en el aturdimiento brutal de lo imprevisto. Estuvieron tres horas formando un haz, asombrados, entontecidos por la horrible pesadilla.


Ante su vista se desarrollaba el estupendo panorama del mar. Las demás traineras pescaban tranquilamente, navegaban a un largo, empujadas suavemente por el viento, inundadas de sol, sesteando en la inmensa superficie. Y ellos estaban allí, sosteniéndose en el agua, náufragos ignorados que esperaban la muerte como irrisión del destino. Flotaron durante tres horas, la agonía les dejó espacio suficiente para despedirse unos de otros, recordaron a sus padres, a sus madres, a sus. esposas, a sus hijos, la última hora fue apoderándose de ellos pedazo a pedazo, miembro a miembro, y sumergiéndose dulcemente con el corazón helado, puesto en el hogar doméstico, con los ojos vidriosos mirando el cielo, puestos en Dios.


La lancha que recogió a los supervivientes condujo al puerto aquellas cuatro pavesas del drama, y llegó vacía porque dejaba alli, en la profundidad insondable, los cuerpos de nueve hombres y las almas de diecinueve huérfanos. El cadáver del héroe no ha aparecido. ¡Que no aparezca! ¡Que no se le vea hinchado y amoratado, roído por los cangrejos, despedazado por los peces! Conservemos su imagen viva, huyamos de la máscara repugnante. La tumba del océano engrandece el final pequeño del vencedor de Ondárroa. Que quede en esa tumba, que descanse en la mar, ya que tanto la amaba».


KOXKAS 11-X-86 R.M.


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