martes, 6 de septiembre de 2022

ADIÓS A SAN SEBASTIÁN

 Adiós a San Sebastián


EL periodista Enrique Sepúlveda, tras pasar el mes de agosto de 1886 en San Sebastián, se volvía a Madrid y se despidió de la ciudad, sus contornos, su mar, su paisaje, en un bello artículo que bien merece ser reproducido ciento y pico años después de escrito.

¡Parece que era ayer! Aún creo escuchar el continuo murmullo de las calles de San Sebastián, aún creo percibir el último eco de la música que convirtió en paraíso delicioso la pintoresca Alameda; todavía suena en mis oídos, con toda su inmensa y poética vaguedad, el candencioso zortzico 'Guernicaco-arbola' que en ciertos compases parece el lamento de la nostalgia más melancólica, y en otros el canto de gloria y libertad que repercute a diario en los montes y valles.

Aún veo La Zurriola, los toreros, las guipuzcoanas; aún me hago la ilusión de que contemplo aquellos magníficos edificios, aquellos alrededores pintorescos; aún, en fin, creo estar en La Perla a la orilla de su playa, o en Hernani siguiendo el curso de las aguas del Urumea.

¡Adiós ciudad preciosa, jardín encantado! ¡Adiós valles y cerros de estos contornos! ¡Adiós tertulia amena del café y del palco del teatro! Mi recuerdo queda con vosotros (...) con los días que hemos vivido entre gentes sencillas, a la orilla del mar unas veces, en el fondo de un valle otras, siempre lejos de las miserias del mundo, siempre tranquilos, siempre dulcemente arrobados por la hermosura de la naturaleza.

¡Adiós vosotras, lindas guipuzcoanas, hasta quienes no han llegado los extravíos y degradaciones del sentido moral! ¡Adiós paseos seductores, panoramas inolvidables, brisas refrigerantes, playas sin rival en el mundo (...).

Brindo por la perla Euskara que el Océano, no siempre generoso, regaló a este país de hermosos horizontes. Cada árbol de esas montañas ha sido baluarte de arrojos temerarios y de heroicidades legendarias; admiro y agradezco la hospitalidad gallarda de esta elegante ciudad que nos acoge como a sus propios hijos. Para amarla era preciso venir a verla, y una vez vista, no se la puede olvidar.

Los que respiramos sus auras sabremos guardar sus recuerdos y aplaudir su cultura y celebrar. ese espíritu incesante de mejoras que la colocan a la cabeza de las primeras ciudades españolas».

Todo era admiración de Enrique Sepúlveda hacia San Sebastián. El se iba, pero la vida seguía: la campana de la iglesia continuaba llamando a los fieles, los pescadores iban al mar, las flores se cimbreaban en los jardines, el trabajo empezaba con el día…


R.M. - 5 septiembre 98. KOXKAS


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