sábado, 10 de septiembre de 2022

CASAS DE HUÉSPEDES

 Casas de huéspedes 


Resulta difícil escribir sobre el verano donostiarra de finales de siglo y no aludir a las casas de huéspedes que acogían a miles y miles de forasteros. El periodista Pedro Parellada, que firmaba con el seudónimo de Melitón González, que tantas crónicas escribió en los periódicos de Madrid sobre San Sebastián, también lo hizo sobre las casas de huéspedes.

Decía en una inolvidable crónica que era cosa facilísima dar con una casa de huéspedes al llegar a San Sebastián. Se mete uno en la primera casa que se le antoja, y no siendo en el palacio del Ayuntamiento, el gobierno militar o el teatro, es casi seguro dar con lo que se busca. Así lo hizo él llamando a un primer piso de la calle Legazpi y tres viejas le abren la puerta y le enseñan un gabinetito muy aceptable con una desvencijada cómoda y unos jarrones con flores de mariscos.

Le pareció bien a Melitón González la habitación y el precio, seis pesetas pensión completa. Dice que se estaba quitando el polvo del viaje, -enjabonado y llenas de espuma cabeza y manos, cuando un matrimonio forastero llamó en la puerta de la escalera. Oi que pedían habitación y reanudose, por milésima vez, la zambra de las tres viejas. 

Como furias del Averno corrieron a mi gabinete. Haga el favor, venga, pues, a otro gabinete. Pero señoras ¿qué formalidad es esta?»

Mas ellas, sin pararse en nada, me agarraron y me metieron a empujones en un cuarto oscuro del pasillo, echando la llave por fuera. ¡Brujas, arpías! grité hasta enronquecer. No podemos tener a usted pues. Nos ha venido un matrimonio por más días. Voy a dar parte, so esqueletos.

Tomé la escalera y me metí en la casa inmediata. También admitían huéspedes. Un señor serio y grave me recibió. Pronto nos arreglamos: tres platos a la noche y cocido con dos principios a mediodía, todo ello por 22 reales (...).

Somos 27 en la casa. Para ir a mi cama atravieso el pasillo lleno de colchones en el suelo por encima de la familia después sigue un gabinete ocupado por dos señoras venerables por su edad, pero antes de atravesarlo y con objeto de no faltar a la moral, doy unos golpes en la puerta diciendo: - ¡Allá vov!

Entonces apagan la luz, se tapan la cabeza con la sábana y yo con los ojos cerrados, me cuelo en mi cuarto como una exhalación. Lo peor no es el número de los que somos, sino de los que seremos si por los dias de las fiestas llegan los doce más que esperan


10 septiembre 95 KOXKAS - R.M.


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